LA VIDA DE JUAN BUNYAN

Tomado de internet.


JUAN BUNYAN, hijo de un calderero, nació en Elstow, cerca de Bedford, el año 1628, en una época en la cual prevalecían las malas costumbres por todo el país de Inglaterra.

Su educación fue la que los pobres podían dar a sus hijos en aquellos días. Asistió a la escuela primaria, y aprendió a leer y escribir; pero era un muchacho desaplicado, y muy pocos de su edad le aventajaban en maldecir, jurar, mentir y blasfemar.

En sus días juveniles, el terror era lo único que parecía tener alguna fuerza para sujetarle. Durante el día tenía frecuentes y tenebrosos presentimientos de la ira venidera, y de noche le sobresaltaban sueños horribles.

Su imaginación concebía apariciones de malos espíritus que venían a llevárselo consigo, o le hacía pensar que había llegado el último día con todas sus terribles realidades. Tales eran los temores de su juventud.

Conforme fue creciendo se fue endureciendo su conciencia, sin que bastaran a despertarle ni a conmoverle los extraordinarios y providenciales acontecimientos que le ocurrieron. Dos veces estuvo a punto de morir ahogado. Durante la guerra civil fue obligado a servir en el ejército.

En una ocasión, un compañero suyo que había pedido y obtenido permiso para sustituirle en una guardia, recibió un tiro en la cabeza y murió en aquel puesto.

Su matrimonio ejerció cierta influencia en su porvenir. La joven que tomó por esposa era muy pobre, y lo más valioso que tenía eran dos libros que su padre, hombre muy piadoso, le había dejado: El camino sencillo al cielo y la práctica de la piedad. La señora Bunyan leía con frecuencia estos libros en compañía de su marido, y le refería la vida santa que su padre había llevado.

El resultado fue que Bunyan sintió un vivo deseo de reformarse, y así lo hizo; pero solamente en lo exterior. Su corazón no experimentó cambio alguno, y su vida siguió por el misino camino de pecado que hasta entonces había seguido.

Un sermón que oyó acerca del pecado de no santificar el día de reposo, le impresionó fuertemente. La tarde del mismo día, estaba ocupado en diversiones, como era su costumbre hacerlo, cuando de pronto se agolparon en su mente pensamientos acerca del juicio venidero.

Quedó aterrado, imaginó oír una voz del cielo que le decía: "¿Quieres dejar tus pecados e ir al cielo, o prefieres retenerlos e ir al infierno?" Entonces cruzó por su conciencia, como un rayo, la convicción de que era un gran pecador; pero ó que era ya tarde para buscar el perdón o el cielo, y vio desesperado a sus pasatiempos.

Algún tiempo después entabló amistad con un cristiano, cuya piadosa conversación tocó de tal manera su corazón, que comenzó a leer la Biblia. Encontró en el libro las cosas que le alarmaron, y emprendió la reforma de palabras y de su vida; pero confiado solamente en sus propias fuerzas e ignorando el amor y la gracia de Jesucristo.

Un día atrajeron su atención la conversación que sostenían tres mujeres piadosas, que se hallaban sentadas a la puerta de una casa en una de las calles de Bedford. Se acercó, y oyéndolas hablar de las cosas de Dios, de su obra en los corazones y de la paz de la reconciliación, vio que había en la religión algo que él no había conocido ni experimentado aún. Las palabras de aquellas mujeres no las olvidó nunca, y desde entonces abandonó la compañía de viciosos y buscó la sociedad de los que, al menos, tenían cierta reputación de piadosos.

Bunyan había ya emprendido su camino saliendo de la ciudad de Destrucción; pero cayó en muchos peligros y errores; apenas hay un temor de los muchos que pueden asaltar al espíritu ansioso de salvación que no inquietara alguna u otra vez su mente. Por largo tiempo fue como el hombre que él mismo describe en su libro, encerrado en una jaula de hierro, privado del gozo de las promesas divinas y esperando aterrado una segura condenación.

Su lucha con el Maligno nos recuerda también el combate de Cristiano y Apollyón. Pero, según su propia y hermosa expresión, una mano misteriosa le alargó algunas hojas del árbol de la vida, que aplicó a las heridas que había recibido en la batalla, y fue curado al instante. La fe le llevó a la cruz de Cristo, y vino a ser más que vencedor por medio de Aquél que le amó.

Poco después de esto hizo pública profesión de su fe y comenzó a predicar a otros el Salvador que él había encontrado. Pronto tuvo que sufrir por causa de su religión. Entre los años 1655 y 1660 predicó a menudo en la vecindad de Bedford.

En el año último fue arrestado y metido en la cárcel de Bedford, en la cual pasó doce años, exceptuando únicamente un breve intervalo de pocas semanas. Se ha dicho con frecuencia que Bunyan escribió EL PEREGRINO durante este encarcelamiento. Pero algunos eruditos han demostrado que fue en otro posterior y más breve encarcelamiento, en el año 1676, cuando escribió la primera parte de su obra inmortal, la cual se publicó en los primeros meses del año 1678. La segunda parte no apareció hasta el año 1685.

La obra de Bunyan ha sido elogiada por los literatos más eminentes. Ha sido traducida a numerosos idiomas, algunos de los cuales eran desconocidos para Europa en los días de Bunyan.

Los misioneros han llevado este libro a casi todos los países del mundo, y ahora el Peregrino
cuenta la historia de su viaje a los chinos en el Oriente, a los negros en el Occidente, o los
groenlandeses en el Norte y a los isleños del Pacífico del Sur.

La Sociedad de Tratados Religiosos, de Londres, ha ayudado a la impresión de esta obra en más de cien idiomas.

Bunyan fue autor de otra alegoría, La Guerra Santa, publicada en 1682, que sigue a EL PEREGRINO en mérito literario y religioso. Refirió también, de una manera inimitable, la historia de su vida y de sus experiencias religiosas en su libro Gracia que abundó para el mayor de los pecadores, digno de figurar al lado de las Confesiones, de Agustín, y de las Conversaciones de sobremesa, de Lutero. Además de estas grandes obras, escribió muchos tratados, algunos de los cuales se leen todavía con placer provecho.

En la cárcel aprendió Bunyan el arte de hacer encaje de flecos largos, con lo cual ayudaba
a mantener a su familia. Después de su libertad vivió una vida muy útil a la obra de Cristo, como pastor de la Congregación independiente de Bedford, y como predicador y escritor. Murió en
1658, en una casa que tenía una tienda con la muestra "La Estrella", y fue enterrado en Bunhill
Fields.

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