Archive for marzo 2014

¿A quién enviaré?

Por Marco Marin Parra.
Basado en Isaías 6:1-8.

Is 6:1-8 RV60:

1 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.

2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.

3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.

5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.

6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;

7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.

8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.
Dios se aparece a Isaías "sentado" sobre un trono, alto y sublime; esto es excelso, elevado sobre todos los demás tronos. No solo todos los demás tronos por el hecho que los trasciende, sino también, porque los domina y controla.

El profeta no vio la invisible esencia de Dios. El hebreo no dice que vio a Jehová, sino a Adonai (el Señor); esto es, las señales externas de su soberano señorío. Según aclaró el propio Jesús (Jn 12:41), "Isaías vio la Gloria de Cristo, al Monarca Eterno", "y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin" (Lc 1:33).

Lo vio sobre un trono:

a) Trono de Gloria, ante el que hemos de adorar;
b) Trono de gobierno, al que nos hemos de someter;
c) Trono de gracia, al que podemos acercarnos con toda confianza (He 4:16).

—Y la orla de su manto, —continúa Isaías—, llenaba el templo. Isaías no era sacerdote, no podía, pues, penetrar en el santuario propiamente dicho; sino que, estaría en el patio de los israelitas que rodeaban al de los sacerdotes.

Quizá hemos de pensar que Isaías, al adorar a Dios en el patio de los israelitas, cayera en un éxtasis, y recibiese así la visión que describe.

Como Juan en el Apocalipsis, Isaías llama "la orla de Su manto" el humo o nube que mostraba visiblemente la presencia especial de Jehová en medio de Su Pueblo; pero Isaías no vio solamente al Señor sobre Él (el Señor); es decir, asistiéndole estaban los serafines, vocablo derivado del verbo saraph (arder o quemar).

Los serafines arden de amor a Dios, de celo por Su gloria y de odio al pecado. La gloria de ellos está en tener abundancia, no solo de la luz del conocimiento de Dios, sino, del ferviente amor a Su Santo Nombre.

Cada uno tenía seis alas, pero no extendidas (como las que vio Ezequiel 1:11), sino que, cuatro eran para cubrirse, con dos cubrían sus rostros en señal de reverencia, para no mirar hacia la gloria de la presencia de Dios; con otras dos cubrían sus pies, en señal de modestia, a fin de no descubrir el cuerpo (metafóricamente).

Reverencia, humildad y modestia son las lecciones que estos serafines enseñan con esto a los "adoradores de Dios". Dos eran para volar. Cuando Dios los envía para cumplir algún encargo urgente, vuelan rápidamente (V. 6, comp con Dn 9:21). Esto nos enseña a hacer la obra de Dios con gozo y sin demora.

El profeta escucha luego las voces de alabanza a Dios que los serafines decían (V. 3): Santo, santo, santo "el uno al otro"; no significa que todos gritasen a la vez, sino alternándose, como en forma antifonal. Se expresaban de manera semejante a la de los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4:8, y ensalzaban de modo especial la santidad de Dios.

Del poder de Dios se habla dos veces en Salmo 62:11, pero aquí se repite tres veces Su Santidad; lo cual, en hebreo equivale a un gran superlativo, no a la trinidad de personas en Dios. "Jehová de las Huestes" es el Título que, como siempre, pone de relieve el poder de Dios como General en Jefe de las Fuerzas Armadas de Israel.

Obsérvese a continuación (V. 4), la respuesta de los elementos inanimados ante esta invocación de la santidad y del poder de Dios. Los quiciales de las puertas, como sacudidos por un terremoto, se estremecieron con la voz de los que clamaban; y la casa, esto es el templo, se llenó de humo. La nube de la "shekinah", que ya se extendía por el santuario (V. 1), se hizo más densa y extensa, a fin de velar todavía más la trascendente presencia de Dios (comp. Job 26:9).

En el templo celestial, todo se verá con claridad a la luz de la gloria de Dios (Ap 21:23; 22:5). Allí Dios habita en una luz inaccesible (1 Ti 6:16). En la tierra, habita en una nube densa (2 Cr 6:1); es decir, muy oscura, de las que el sol no puede atravesar con su luz.

Aquí vemos primero la consternación del profeta ante esta visión de la gloria de Dios (V. 5). Entonces dije: "¡Ay de mí! que soy muerto"; es decir, perdido, arruinado. Recuérdese que en el capítulo 5 son seis las veces que Isaías dirige el dedo hacia los demás, y dice: ¡Ay de los...! Pero ahora que ha visto la Gloria de Dios, ya no dice: ¡Ay de los que...!", sino ¡Ay de mí!

La gravedad de los propios pecados, solo se echa de ver a la vista de la santidad del Dios tres veces Santo, del mismo modo que las partículas de polvo flotantes en una habitación, adheridas a los cristales de la ventana; solo se ven en cuanto les dan de lleno los rayos de sol.

Veamos qué es lo que Isaías vio en sí para exclamar de ese modo: "Estoy perdido, porque soy hombre de labios inmundos y habito en medio de un pueblo de labios inmundos". Tenemos muchos motivos para clamar así ante El Señor, porque "el énfasis recae sobre los labios", por la razón de que estos dan a conocer la corrupción interna del hombre caído; tal como recalcó El Maestro en Marcos 7:18-23.

Si nuestros labios no están consagrados a Dios, seremos indignos de tomar el Nombre de Dios en nuestros labios. La impureza de nuestros labios debería sernos objeto de pesadumbre; pues, por nuestras palabras seremos "justificados o condenados" (Mt 12:37).

Vivimos en medio de gente que tiene también inmundos los labios. Esta enfermedad es hereditaria y epidémica, lo cual, lejos de disminuir la culpa, debería aumentar la pesadumbre, al considerar que no hemos hecho todo lo posible para limpiar los labios de nuestro prójimo; en lugar de ello, hemos aprendido el lenguaje de ellos, como José en Egipto cuando juró por el Faraón (Gn 42:16).

¿Qué es lo que motivó tan tristes reflexiones (V. 5)?: "Mis ojos han visto al Rey, Jehová de las huestes". Estamos perdidos si no hay un mediador entre nosotros y Dios (1 Sa 6:20).

Isaías fue humillado de esta manera, a fin de prepararlo para el honor que se le iba a conferir con el llamamiento al ministerio profético. Vemos luego la forma en que los temores del profeta fueron acallados con las palabras de consuelo que el serafín le dirigió (V. 6-7). Uno de los serafines voló rápidamente hacia él para purificarle.

Quienes son abatidos con las visiones de la gloria de Dios, pronto serán levantados de nuevo con las visitas de su gracia. Aquí vemos despedido por algún tiempo del trono de la gloria de Dios un serafín, a fin de ser mensajero de gracia para un hombre llamado; y vino él volando.

También al Señor Jesús, en su agonía, se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo (Lc 22:43). El ángel vino con un carbón encendido, tomado del altar (ya fuese de los holocaustos o de los perfumes). El Espíritu de Dios actúa como fuego (Mt 3:11).

Al profeta que se sentía muerto (V. 5), el serafín le infundió vida, porque el modo de purificar los labios de la impureza del pecado es encendiendo el alma con el amor de Dios (V.7): "He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado".

La culpa del pecado es removida con el perdón de la misericordia; la corrupción del pecado, con el efecto renovador de la gracia. Por tanto, nada puede impedir que Isaías sea aceptado por Dios, no solo como simple adorador, sino como mensajero Suyo a los hijos de Israel.

Tenemos luego la comisión que Isaías recibe de parte de Dios (V. 8). Solo el que tiene íntima comunión con Dios puede recibir comunicaciones de parte de Dios: "¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?". Este último plural, puede tomarse como mayestático o, mejor, en este contexto deliberado, "se ve a Dios como a un Rey en consejo". Esta frase abre ciertamente paso a más plenas revelaciones de la Trinidad en el Nuevo testamento.

De este modo, Dios nos enseña que, el envío de obreros de La Palabra no debe hacerse sin una madura deliberación. Y el ministerio recibe un singular honor al ver a Dios así consultado en el seno de la Trinidad antes de enviar a un profeta en Su Nombre.

La incapacidad natural del profeta es absoluta; y Dios toma la iniciativa, pero al decir: "¿A quién enviaré?" (2 Co 2:16), a nadie se le permite ir en nombre de Dios, sino a los que son enviados por Él (Ro 10:15).

Con los labios ya limpios por el fuego del altar, el joven profeta se pone enteramente a disposición del Señor; incluso, antes de conocer el mensaje que había de predicar. Así le ofrece a Dios "carta blanca", sean cuales sean las dificultades que puedan salirle al paso en el desempeño de su misión.

¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.

Tu amado hermano Marco Marin Parra. Que Dios nos ayude a llevar Su Palabra para Su Pueblo de este siglo.
Bendiciones.

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Jesús, Maestro, ¡ten misericordia de mí! (Audio).

Compartimos este audio del hermano Marco Marin Parra, esperando que sea de bendición para su vida.


Lucas 17:11-19 (Reina-Valera 1960):

11 Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
12 Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos
13 y alzaron la voz, diciendo: !!Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
14 Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados.
15 Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz,
16 y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.
17 Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?
18 ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?
19 Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

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Orando por el prójimo - jueves 6 de marzo de 2014

Agradecemos todos por escribirnos y por el apoyo en nuestras oraciones.

Bendiciones,
Hno. Marco Marin Parra.


Dios bendiga vuestra vida.

Hno. Marco Marin Parra.
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