A PRECIO DE SANGRE.

Por Marco Marin Parra.

Esta reflexión está basada en el pasaje bíblico de: Hechos 20:17-28 RV60

Aquí tenemos el solemne y emocionante discurso de despedida del Apóstol Pablo a los ancianos de Efeso, y ser la despedida misma no menos emocionante que su mensaje. El Apóstol apela, primero al comportamiento que ha tenido entre ellos desde que llegó a Asia. Había servido al Señor con toda su fe como con humildad; nunca había hablado con arrogancia, ni se había distanciado del pueblo; sino siempre se había acomedido para servir a los demás y con lágrimas, no de lamentaciones por sus padecimientos y pruebas, sino, por compasión con los demás (Ro 12:15; 2 Co 11:29; Fil 3:18).


Le había servido en medio de las pruebas que le habían venido por las asechanzas de los judíos. Los fieles siervos de Dios, ni se hinchan con los halagos, ni se enfadan con los insultos y persecuciones; pues sólo se preocupan de Su Señor.

Su predicación había sido también como debía ser, pues no se había retraído de anunciarles nada útil, tanto en público como en privado; no había rehuído anunciarles todo el consejo de Dios, "todo el plan de salvación de Dios" sin miedo ni favoritismos. Hay porciones del mensaje que raramente se tocan en el púlpito, sea por temor, o por incompetencia; lo cual, va en contra de la edificación de La Iglesia.

El buen pastor da a sus ovejas el pasto que conviene a ellas, no el que más les gusta; a veces necesitamos palabras duras y edificantes, aunque nos resulten amargas.

La predicación del Apóstol Pablo había sido tan amplia en extensión, como profunda en intensidad; pues, había testificado solamente a judíos y gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.

Tanto la fe como el arrepentimiento (los dos polos del mismo eje), habían sido la materia de los mensajes de Pablo a judíos y gentiles (Hch 17:30; 26:20); pero puede advertirse aquí, cierto contraste entre "judíos" y "arrepentimiento", con "gentiles" y "fe" (Hch 2:38; 16:31).

Una fe sin arrepentimiento, sería incapaz de obtener el perdón de pecados; un arrepentimiento sin fe, no puede alcanzarnos la justicia de Dios; así que, no hay fe genuina sin arrepentimiento sincero. El apóstol declara que le esperan nuevas y duras pruebas; pues ese es el testimonio que recibe del Espíritu Santo.

Así va encadenado en El Espíritu, o quizás urgido por el Espíritu, a Jerusalén; sin saber lo que allí le espera. Debemos dar gracias a Dios por no revelarnos lo que nos espera; pues, aunque la aflicción nos tome por sorpresa, al menos vivimos sin temor ni sobresalto.

Una cosa sabe Pablo, que le esperan cadenas y tribulaciones, pero no por eso se acobarda; sino que, como buen atleta espiritual y fiel soldado de Cristo, sólo le interesa "acabar su carrera con gozo" (2 Ti 4:7), y llegar alegre a la muerte que le pondrá en brazos de su Amado Salvador. Cumplir el ministerio que recibió del Señor Jesús, de predicar el evangelio de la gracia de Dios, (de donde recibimos el ministerio).

¡Qué encargo más sublime y honroso! El Apóstol Pablo no deseaba vivir ni un día más de lo necesario, para ser instrumento en manos de Dios para la siembra del evangelio de salvación.

Apela a la conciencia de ellos, en cuanto a la integridad con que había cumplido su cometido; puesto que no han de volver a ver el rostro, les pone por testigo de que no es responsable de la perdición de ninguno; pues, eso es lo que significa la frase "limpio de la sangre de todos".

Eso es un aviso para los ministros de Dios, a que cumplan fielmente su misión de atalayas de la grey (Ez 3:18-19; 33:8-9); y a los creyentes, a que no echen en saco roto las exhortaciones y amonestaciones de sus pastores. Les pone igualmente por testigos de que les ha proclamado todo el plan de salvación de Dios. El Evangelio es el plan de Dios para la salvación de los hombres, y los ministros de Dios tienen el privilegio, y el deber, de anunciarlo puro, sin mezcla de doctrinas humanas, y entero, sin ocultar nada por difícil o duro que pueda parecer a los oyentes, y al mismo predicador.

Les encarga que cumplan fielmente con su deber, pues han sido puestos por El Espíritu Santo. Aunque hayan sido presentados por la congregación, y designados por los líderes (Hch 14:23), bien traducido es que el Espíritu Santo les otorga los dones (1 Co 12:4-7), y el que les envía al cargo que ostentan (Hch 13:4).

Escuche el mensaje aquí.
Han de cuidar, pues, primero de sí mismos, a fin de ser diligentes y ejemplares de la grey de Dios (1P 5:2). De apacentar La Iglesia del Señor, no suya, no mía; ni la de mi papá o de mi abuelo.

Iglesia del Señor, ¿esperamos el arrebatamiento? Te recuerdo: Cristo pagó, y hoy nos toca recompensar ese pago, siendo unos verdaderos seguidores de Cristo.

Tu amado hermano en Cristo Marco Marin Parra, desde la fría Suecia, para el corazón tuyo, amén.

Bendiciones.

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