LAS CONGOJAS DE ANA.


Por Marco Marin Parra.
Un mensaje basado en 1 Samuel 1:9-18.


Por fin hizo que comiera y bebiera, comió y bebió. No adoptó una actitud obstinada en su aflicción, ni se enojó al ser reprendida. Controlar las emociones es una muestra de negación de sí mismo; tan buena, como lo pueda ser controlar nuestras aflicciones.

En vez de querellarse inútilmente, recurrió a la oración en lugar de atar más y más apretadamente la carga al hombro. ¿Por qué no descargarla sobre el Señor en oración? Ninguna ocasión mejor que esta para dirigir al Trono de la Gracia una petición solemne y urgente. Se halla en Silo, a la puerta del tabernáculo en que Dios ha prometido salir al encuentro de Su Pueblo, pues es casa de oración.


Ya han ofrecido sus ofrendas de paz. En cuanto a la oración de Ana, la ferviente y viva devoción aparece en ella, como el justo medio de desahogar la aflicción de su espíritu, y de avivar sus piadosos afectos... Con amargura del alma oró.

De este medio deberíamos echar mano en nuestra aflicción, con lo que nos servirían para sacudir nuestra apatía y nuestra rutina cuando nos dirigimos a Dios.

Nuestro bendito Salvador, estando en agonía oraba más intensamente (Lucas 22:44). Ana mezcló con lágrimas sus oraciones, no fue una oración seca, lloró abundantemente.

Su petición fue muy especial sin dejar de ser modesta. Pidió al Señor un hijo varón para dedicarlo al servicio del santuario. Hizo un voto solemne de que, si Dios le concedía un hijo, lo dedicaría a Jehová; ya por nacimiento iba a ser levita, pero por el voto de su madre sería nazareo; con lo que, desde su infancia misma sería sagrado.

Notemos que está muy puesto en razón cuando esperamos de Dios alguna merced o favor, que nos atemos con una promesa; no porque podamos pretender con ella merecer el don, sino, por estar así mejor preparados para recibirlo y disfrutar de su bendición. Al esperar favor he de sentirme deudor; y prometer, obligación, en lo que parece únicamente devoción.

Oró tan silenciosa que nadie la oyó, "se movían sus labios, y su voz no se oía". Sabía que Dios conoce el corazón, nuestros pensamientos son palabras para Él. Recibió por ello áspera reprensión.

Elí era ahora el sumo Sacerdote y Juez en Israel, estaba sentado en el templo para supervisar lo que allí se hacía. El tabernáculo es llamado aquí templo por estar ahora en lugar fijo, y servía para todos los objetivos del templo. Allí estaba sentado Elí para estar a disposición de cuantos necesitasen su consejo como Sacerdote y Juez. Desde allí pudo espiar a Ana, y por el modo desacostumbrado en que ella oraba, se imaginó que estaba borracha, y por eso se dirigió a ella de aquel modo: "¿Hasta cuándo estarás ebria?".

La misma imputación que hicieron a Pedro y a los demás Apóstoles, cuando el Espíritu Santo les dio que se expresasen con todo denuedo (Hechos 2:13). Quizás en aquel lamentable estado de cosas, no era infrecuente ver mujeres ebrias a la entrada del santuario.

Cuando una enfermedad se convierte en epidemia, de cualquiera se sospecha que esté infectado. Ana había sido reprendida por su marido por no querer comer ni beber, ahora la reprendía Elí como si hubiese comido y bebido demasiado. La humilde vindicación que Ana hizo del delito que se le imputaba, niega justa y rotundamente el cargo que se le hace: "no Señor mío, no es lo que tú sospechas, no he bebido vino ni sidra, no tenga a tu sierva por una mujer impía"; de este modo habla en defensa propia. Era suficiente para mostrar que no estaba ebria; para dar a Elí una respuesta satisfactoria, le declara cuál es el motivo de su actual comportamiento.

A causa de su aflicción y de la magnitud de su congoja, el fervor de su oración había sido desacostumbrado; y esa era la única razón de que su comportamiento pudiere parecer impropio y desordenado. La excusa que Elí presentó implícitamente por la censura tan áspera que antes le había propinado ya tras la aclaración de Ana, Elí la bendijo afectuosa y paternalmente.

Ahora animó a Ana en su devoción, tanto como antes la había desaprobado, y dio a entender que estaba satisfecho de su inocencia; pues le dijo: ve en paz y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.

La gran satisfacción y la tranquilidad mental con que Ana se fue de allí.

"Y se fue la mujer por su camino y comió y no estuvo mas triste".

¿De dónde este súbito cambio?

Tan pronto como ella dejó su caso en las manos de Dios, se acabaron sus congojas. Había orado por sí misma, y también Elí había orado por ella; así que ella quedó convencida de que Dios le concedería el favor que le había pedido, o le compensaría de algún otro modo por lo que echaba en falta. La oración es el bálsamo para el corazón de una persona piadosa.

La oración de Ana nos deja hoy, un gran desafío para todos los creyentes que esperamos que Dios nos escuche, y responda nuestro favor.

¡Que Dios nos ayude en la oración! Amén.

Tu hermano Marco Marin Parra,
Bendiciones.
Suecia - Lysekil.
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