Te alabo Padre.

Por Marco Marin Parra.
Un tema basado en Mateo 11:25-28

Ahora Jesús se vuelve hacia El Padre, para darle gracias de que las mismas enseñanzas Suyas, que habían sido menospreciadas y rechazadas por los maestros de la ley e intérpretes oficiales de Las Escrituras, fuesen reveladas a los humildes e ignorantes que, en comparación de aquellos eran como niños.

"En aquel tiempo"... a raíz de lo anterior, tomando Jesús la palabra "respondiendo", modismo hebreo mediante el cual se expresa, que aun sin pregunta previa, alguien "responde" a una actitud o circunstancia particular; en este caso, a las tristes verdades que acaba de proclamar. Con estos pensamientos Jesús encuentra un refrigerio para su dolor; y para añadirle nuevo consuelo, los expresa en forma de acción de gracia.

Cuando sólo vemos en el entorno nuestro actitudes desalentadoras, podemos obtener ánimo y consuelo grande al dirigir nuestra mirada hacia arriba, donde nuestro Padre está en Su trono.

Te Alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra.

La alabanza y la gratitud, deben constituir el primer móvil de nuestras oraciones, a la par que la mejor respuesta a pensamientos oscuros e inquietantes; pues lanzan rayos de luz divina sobre las tinieblas de nuestra perplejidad. Un cántico de alabanza, es el mejor remedio para corazones desfallecidos y situaciones sin esperanza (Hch 16:25-26).

Cuando no hallemos fácil respuesta a problemas agobiantes, pesares constantes o temores quietantes, echemos mano de este recurso eficaz: Te alabo, Padre, que la situación no es tan mala como podría ser.

Los títulos con que nombra a Dios: Padre, Señor del cielo y de la tierra.

Siempre que nos dirigimos a Dios, tanto en alabanza como en súplica, es bueno que le consideremos como Padre. Los favores son doblemente dulces, y ensanchan el corazón para alabanza cuando se reciben como señales del amor del Padre.

¡Qué bien les cae a los hijos ser agradecidos y decir: "Gracias, Padre" con la misma solicitud con que dicen: "concédeme, Padre"! Y cuando nos dirigimos a nuestro Padre, bueno es recordar que Él es El Señor del cielo y de la tierra; pues eso nos ayudará a acudir a Él con reverencia, sin mengua de la confianza, como a quien es poderoso para defendernos de todo mal, y de aprovisionarnos de todo bien.

El motivo por el que le alaba:

"Porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las revelaste a los niños". "Estas cosas", las enseñadas en el discurso precedente, lo que es la paz (Lc 19:42).

Las grandes verdades del Evangelio eterno han quedado (y quedan) ocultas para muchos que son sabios y entendidos, expertos y letrados según el mundo y las cosas del mundo. El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría (1 Co 1:21); personas que penetran profundamente en los misterios de la naturaleza y en las intrincadas materias de la ciencia y de la política, indiferentes o totalmente equivocadas acerca de los misterios del reino de los cielos, por no haber experimentado el poder y la verdadera sabiduría que encierran.

Y mientras esos sabios y entendidos del mundo se quedan en la más terrible oscuridad acerca de las verdades del Evangelio, incluso los bebés (los que no saben hablar) en Cristo, los humildes e iletrados según el mundo, reciben el conocimiento salvificador y el poder santificador de dichas verdades.

Las revelaste a los niños (V. 25).

No fueron los eruditos del mundo los escogidos por Dios para predicadores del Evangelio, sino lo necio del mundo (1 Co 1:27; 2:6,8,10). Dios es el que hace la diferencia, y el que hace la preferencia a los niños sobre los sabios: "Ocultaste estas cosas a los sabios y a los entendidos".

A estos dio facultades, erudición y conocimientos humanos superiores a los de otros, pero se enorgullecieron de eso, confiaron en eso, y no pusieron la mira en las cosas de arriba (Col 3:2). Si hubiesen honrado a Dios con sabiduría y el entendimiento que tenían, habrían recibido de Él el conocimiento de estas cosas mejores.

Él las reveló a los niños, porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes (Stg 4:6). Es la soberanía de Dios la que interviene en esto, como dijo Jesús: "Sí, Padre, porque así te agradó" (V. 26); Cristo lo atribuye al beneplácito del Padre. Estemos satisfechos de que sea Dios quien escoja el método que le plazca para que Su Gloria resplandezca.

Nosotros no podemos explicar por qué Pedro, un pescador, fue escogido para Apóstol del Cordero en lugar de Nicodemo el fariseo, jefe y gran maestro de Israel (Jn 3:1-10); aunque también él creyó en Jesús, pero así le agradó a Dios.

Con cuánta gratitud debemos reconocer este modo que Dios tiene de impartir Su gracia, ¿cómo hemos de agradecerle que se fijase en nosotros para revelarnos estas cosas? Reveladas precisamente a quienes son menospreciados e ignorados por el mundo. Así se engrandece el favor y el honor que les concede, al ocultar estas cosas a los sabios y a los entendidos; así brillan con mayor esplendor el poder y la sabiduría de Dios (Co 1:27, 31).

Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre (V. 27).

Cristo expresa en Él Su autoridad, y presenta Sus credenciales (V. 27). Su comisión de parte del Padre: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre" (comparemos con Mt 28:18); en este caso, todo lo que pertenece a la instrucción religiosa de los hombres (Jn 16:15). Él ha sido autorizado como mediador entre Dios y los hombres, para llevar a cabo la obra de la redención (1 Ti 2:5); para impartir paz y salvación a una humanidad apóstata, y para declarar en lenguaje humano lo que nadie vio jamás, ni puede ver, del amor y del carácter santo de Dios (Jn 1:18; 1 Ti 6:16).

El Hijo nos reveló el amor del Padre, y El Espíritu nos hace saber las cosas del Hijo (Jn 16:14). En Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2:3). Todos los tesoros y todos los poderes están en Sus manos; Él es El Señor que lo llena todo (Ef 4:10).

Esto nos anima a llegarnos a Cristo, pues Él está comisionado para recibirnos tal como somos; con nuestra miseria, con nuestra ignorancia, con nuestros pecados; y darnos cuanto necesitamos y puede satisfacernos por completo.

Dios le ha constituido gran árbitro divino-humano.

Por la obra llevada a cabo en la cruz del calvario, ya hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos (Dios y yo), sobre Dios porque es su igual (Jn 5:18; 10:30,33), sobre nosotros porque es nuestro semejante (He 2:17; 4:15), y nuestro pariente más próximo (Ro 8:29). Así se quita de sobre mí la vara de la ira de Dios, y su terror no me espanta (Job 9:33-34).

Todo lo que tenemos que hacer nosotros, es estar de acuerdo con su arbitraje, y quedar satisfechos con lo que satisfizo al Padre la obra del Calvario.

La oferta misma que nos hace, y la invitación a aceptarla.

Para ser salvos y sanos, somos invitados a recibirle como al Señor Jesucristo (Rey, Sacerdote y Profeta) como dice Pablo en Col 2:6.

Hemos de llegarnos a Jesús como a nuestro reposo, para depositar en Él el peso de nuestras cargas y descansar en Él: "venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados" (V. 28). Vemos aquí la condición de las personas invitadas: todos los fatigados y cargados. La fatiga denota un esfuerzo prolongado; la carga, el peso de algo que nos abruma. Los maestros de la ley fatigaban y cargaban con los innumerables preceptos que imponían, imposibles de soportar (Mt 23:4; Hch 15:10).

Jesús vino a aliviar nuestra fatiga y a descargarnos del peso de la ley, pues Sus mandamientos (Jn 13:34; 1 Jn 3:23) no son gravosos (1 Jn 5:3).

¡Qué dulce suena esta voz al oído de todo mortal! Pero hay un peso especial que produce, no solo fatiga, sino, ansiedad insoportable: el pecado por el cual gravita sobre nuestras cabezas la ira de Dios (Ro 1:18).


Escuche el mensaje aquí.

Quien no está en paz con Dios (Ro 5:1), no puede tener verdadero reposo en su conciencia por mucho que se esconda; será hallado (Gn 3:8-9) y no habrá quien le libre de la mano de Dios (Deuteronomio 32:39). El que se reconoce cargado con este peso, y acude a Jesús en busca de alivio, tendrá perdón y paz.

Si tienes miedo de Dios, échate a Sus brazos... Pero es necesaria esta convicción de pecado, porque El Paráclito, antes de confortar, tiene que convencer (Jn 16:8). Amén.

Gracias Padre, Te alabo por ser uno de tus elegidos, y esperando que Tu mensaje llegue al corazón de la humanidad; y tu Santo Espíritu toque los corazones para que se rindan a los pies de Cristo. Amén.

Tu Amado Hermano Marco Marin Parra.
Suecia - Lysekil.
Bendiciones...
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