Caminar en amor.

Por Marco Marin Parra.
Basado en Efesios 5:1-7.

En este capítulo, el Apóstol Pablo exhorta a los efesios a imitar a Dios como conclusión de lo que ha dicho en 4:22-23. Les invita luego a que sustituyan las Tinieblas con la Luz.

Al empalmar con el versículo último del capítulo 4 (debería leerse junto con 5:1-2), dice el Apóstol: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados." V. 2: "Y andar en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros...".

El Apóstol dice: "Sed", en presente de imperativo; puesto que la imitación de Dios y de Cristo no es obra de un día, sino tarea de toda la vida.

Los imitadores de Dios, además de empalmar con 4:32 en la inclinación a perdonar, nos lleva a Mt 5:48; Lc 6:36 en el amor a los enemigos.

El gran imitador fue Cristo, pues nos amó y se entregó por nosotros (V. 2) cuando éramos débiles, impíos, pecadores, enemigos (Ro 5:6, 8, 10). Se entregó en holocausto y sacrificio de reconciliación por nosotros como ofrenda pura. Considera, pues Pablo los tres primeros sacrificios de Levítico (Cap 1-3); los cuales, al no tener relación directa con el pecado, eran considerados como ofrendas de olor suave.

Veamos lo que dice Pablo de sí mismo en 2 Co 2:14–16. Una actitud semejante se nos exige a los creyentes en Romanos 12:1, como a hijos de tal Padre, y hermanos de tal Primogenitor; de manera que se nos reconozca como pertenecientes a la familia divina, en la forma sacrificada de amar a nuestros prójimo. Pues, eso sí que es "caminar en amor", al hacer del amor al prójimo la pauta de nuestra conducta.

De tan alto lugar y por contraste, el Apóstol desciende ahora a exponer el feo y repugnante rostro del pecado; rostro negro, de tinieblas, que no se aviene con los hijos de luz, hijos de Dios que es luz (1 Jn 1:5).

Considera primero los versículos 3-7 en contrate con el verdadero amor (ágape) del verso 2, que no busca el bien propio, sino el del amado. En contra del amor sucio, sensual, del que busca su propia satisfacción a costa del daño al prójimo, y asimismo, de la infidelidad al Señor (1 Co 6:13-20).

En los versículos 3 y 4 expresa los pecados de impureza que los creyentes deben guardarse:
    "Pero entre vosotros no debe haber ni asomo de inmoralidad sexual, ni cualquier clase de impureza o avaricia, porque esto es impropio del pueblo santo de Dios. Ni debe haber obscenidad, conversaciones necias ni burlas grosera, que están fuera de lugar, sino más bien, acciones de gracia."

El vocablo griego "pornéia", indica inmoralidad sexual, sea por relaciones ilícitas entre personas no unidas por el vínculo conyugal o por unión entre parientes en grado prohibido por la ley (1 Co 5:1).

A ellos une Pablo toda clase de impurezas (gr. Akatharsia), es decir, suciedad en pensamiento, deseo, conversación, etc. Es muy probable que la avaricia (gr. pleonexía) que aquí trata el Apóstol, indica el afán por conseguir satisfacción de los placeres sexuales, la conjunción disyuntiva, o que parece darles a entender que también pertenece a "los pecados de la carne". Todas esta cosas, dice Pablo, "ni se nombre entre nosotros".

Lo que Pablo desea es, que no quepa ni la sospecha de que los creyentes practican tales cosas.

El pensamiento no es que, en verdad estos vicios no deben ni aun ser mencionados entre cristianos, porque Pablo mismo lo acaba de hacer, y debemos amonestar contra ellos tal como él lo hace. Pablo quiere dar a entender, que tales vicios deben ser arrojados tan lejos de nosotros, que ni aun debe presentarse una insinuación o suspicacia de su presencia entre nosotros.

Todo esto, añade el Apóstol, debe quedar lejos de nosotros como conviene a los santos; es decir, como es propio de los creyentes sinceros.

A estos pecados llamados "de obra", añade Pablo otros, pecados "de palabra" también en el terreno de la impureza (V. 4): la indecencia (gr. aiskhótes lo que es vergonzoso) u obscenidad en lo que se habla; en sentido más particular y específico, la conversación necia (gr. monologuía), que es la que podría esperarse de labios de un tonto o de un borracho, y la ligereza de palabras (gr. eutrapelía).

Todas estas cosas, dice Pablo, no convienen; esto es, son impropias (no llegan al nivel) de un creyente genuino. En lugar de todo eso, la boca del creyente debe usarse en acción de gracias.

No es que Pablo prohíba a los creyentes una conversación amena, con gracia e instructiva; lo que más pide es que, aun cuando la conversación gire en torno al sexo, las riquezas o la gente, vaya dirigida por un espíritu de gratitud y alabanza (He 13:15; 1 P 4.11), hacia la percepción y el reconocimiento de la belleza encantadora de los dones de Dios.

En los versículos 5 al 7, declara solemnemente las consecuencias de entregarse a los pecados de inmoralidad que acaba de mencionar. Porque de esto podéis estar seguros, porque esto sabéis, conociendo, los dos verbos están en presente de indicativo y de participio, respectivamente.

Ninguna persona inmoral, impura o avariciosa, que es idólatra tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. La pasión, sea por el dinero o por la satisfacción sexual, equivale a erigir un ídolo, y un objeto de deseo y adoración por delante de Dios.

No es que los pecados de la carne, en el sentido de lujuria, sean más graves que los de soberbia, envidia y calumnia, ¡todo lo contrario! Pero lo referente a la sexualidad tiene un matiz especial (1 Co 6:9, 18-20; Col 3:5) de viscosidad malsana que resulta muy difícil despegarse.

Y para añadir mayor solemnidad a la advertencia, continúa Pablo diciendo: "No dejen que nadie os engañe con palabras vacías, porque a causa de tales cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de la desobediencia."


Escuche el mensaje aquí.

Como conclusión de ello, el Apóstol afirma: "No seáis, pues, participes con ellos". Es decir, no imitéis la conducta de los rebeldes si no queréis tener el mismo fin miserable que a ellos les espera. Amén.

Que este mensaje nos sirva para un buena reflexión personal.

¡Caminad en amor!

Tu amado hermano Marco, desde Suecia, Lysekil.
Dios nos bendiga.

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