Las cadenas se soltaron.


Escuche el mensaje aquí.
Por Marco Marin Parra.
Basado en Hechos 16:25-34.

A través de todo el libro de Hechos, Lucas hace hincapié en que nada puede detener El Evangelio de Cristo llevado por creyentes fieles. En Filipos intervino Dios, y Pablo y Silas fueron liberados por un terremoto. Eso dio por resultado, un avance mayor del Evangelio como lo demuestra la salvación del carcelero y su familia.

Los perseguidores se proponían desanimar a los predicadores del Evangelio, pero aquí los vemos animados y gozosos.

Después de azotes que les habían propinado, y en la incómoda postura a que el cepo les obligaba a recostarse con las espaldas llagadas, suponía esperar que se quejasen y gimiesen, sin saber además lo que iban a hacer con ellos al día siguiente. Pero los vemos (V. 25) a media noche orando y cantando himnos a Dios; no era hora ni lugar de oración, pero en cualquier sitio y a cualquiera hora, se puede orar y adorar a Dios en espíritu y en verdad. Si, como dice Santiago 5:13: ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? cante alabanzas.


Aquí tenemos a Pablo y Silas bajo aflicción y orando, pero también alegres y cantando alabanzas. Lucas hace notar el detalle de que los presos les escuchaban, lo cual indica que cantaban lo bastante alto para que sus voces se oyesen a través de las recias paredes de los calabozos. Así eran de alguna manera, preparados para el milagro que Dios mostró a todos, al hacer que se abrieran todas las puertas de la cárcel (V. 26).

Dios animó más todavía a sus siervos con un repentino y milagroso terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel. El Señor estaba en este fenómeno, y mostraba su ira por las indignidades cometidas con sus siervos; y no sólo se abrieron todas las puertas, sino que las cadenas de todos se soltaron.

Los perseguidores se oponían para el avance del Evangelio, pero ahora resultaba que el propio carcelero, que tan mal había tratado a Pablo y Silas en cumplimiento de las órdenes que había recibido de sus superiores, se convertía al Evangelio, haciéndose siervo de Cristo.

Como buen romano, y aunque no tenía ninguna culpa en la apertura de la cárcel, se quería suicidar (V. 27), ya que daba por hecho que todos los presos habían huido. Él no podía ver el interior de la prisión, pues estaba oscuro y era medianoche; pero Pablo pudo ver bien, sobre el fondo de la relativa claridad exterior, el gesto del carcelero al desenvainar la espada, pues en todo caso, sabía que sería ejecutado; por lo que se apresuró a gritarle (V. 28): "No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí".

¿Por qué no se escaparon los demás presos, o al menos algunos?

Sin duda, Dios mostró Su poder atándoles el alma, tanto como lo había mostrado desatándoles los pies. Vemos ahora la reacción del carcelero tras el grito de Pablo. El miedo que antes tenía hasta inducirle al suicidio, ahora le llevaba, bajo la acción de gracia, a temblar por su alma (V.29) "y se postró a los pies de Pablo y Silas". No pudo acudir mejor médico del alma que Pablo, pues, también él había sido perseguidor de los cristianos, y los había metido en la cárcel (Hech 8:3; 9:1).

Así podía simpatizar mejor con los sentimientos del carcelero. Es muy probable que este hombre hubiese oído algo de la predicación de sus presos; al menos, conocería la insistente proclamación de la muchacha poseída: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación" (V. 17).

Ante los extraordinarios fenómenos que estaban presenciando, y al ver en estos hombres algo sublime que les diferenciaba de los demás presos que habían conocido, cae ahora a sus pies como pidiendo perdón por lo que les había hecho; y se dirige a ellos con el mayor respeto (V. 30): "Señores,". A continuación, se preocupa por su situación espiritual, y pregunta como algo en que juega el alma: ¿qué tengo que hacer para ser salvo?" Con esto demuestra que conoce la importancia de la salvación; que sabe que hay que hacer algo, y que está dispuesto a cumplir lo que se le exija, por duro y difícil que le resulte.

Ellos le dieron inmediatamente una instrucción breve, concisa y clara, que ya se ha hecho frase clásica y lapidaria (V. 31): "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa".

Fue un principio, una soga que se echa al hombre que se ahoga, quedando para más tarde la explicación del sentido pleno de la salvación, y la presentación de la persona del Salvador Jesucristo.

La última cláusula: "tú y tu casa", no significa la promesa de que sus familiares también habrían de ser salvos posteriormente; mucho menos significa que pudiesen salvarse por creer y ser salvo el cabeza de familia; pues, nadie puede creer ni salvarse por otro. Significa, simplemente que los de su casa tendrían la misma oportunidad de salvación, si como él, ponían su fe en El Señor Jesucristo.

Pablo y Silas se olvidan ahora de sus heridas, del frío de la madrugada, y de la noche que pasaban en vela; ni por un momento demoran anunciar a este hombre el camino de salvación.

Lucas no nos dice si algún otro preso se convirtió o no. Por lo que se desprende del contexto posterior, allí mismo en el patio de la cárcel, Pablo y Silas instruyeron con más detalles en La Palabra del Señor; no sólo al carcelero, sino también, a todos los que estaban en su casa (V. 32).

Los padres de familia han de procurar, que todos los que están bajo su cargo, sean instruidos en La Palabra de Dios; pues, el alma del más pobre vale tanto como la del más rico. Ya que todos han sido comprados al mismo precio. Por nuestro Señor Jesucristo, su sangre nos compro y nos libertó de la esclavitud del pecado.

V. 33: "les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos."

Notemos cómo este hombre, ya salvo por la fe, se preocupó inmediatamente por los cuerpos heridos de quienes habían sido los instrumentos de Dios para salvarle, antes de bautizarse él con todo los de su casa, que como él, habían escuchado el mensaje y habían puesto su fe en el Señor.

Del patio de la cárcel, el oficial romano, acompañado de sus familiares (incluídos sus criados), llevó a Pablo y a Silas a su casa, situada con toda probabilidad, encima de la misma prisión; y les puso la mesa. Correspondiendo así, como Lidia anteriormente (V. 15) con comida material y el hospedaje, a la comida espiritual que Pablo y Silas les habían impartido, y continuarían impartiendo también durante la cena; mientras que el rostro del carcelero, un poco antes espejo de desesperación, radiaba el gozo del Señor al darse cuenta de que la salvación había llegado a su casa.

"...y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios."

...Se regocijó de haber salido del reino de las tinieblas, a la luz admirable del reino de Cristo (V. 34). Había creído a Dios; es decir, había dado crédito a La Palabra de Dios. Amén.

Una vez más toda honra y Gloria para mi Señor. Gracias por hoy y siempre, por Su Eterna, Poderosa y Bendita Palabra, amén.

Tu hermano Marco.
Suecia – Lysekil.
Bendiciones.
www.OrientacionesBiblicas.org

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