¡Verdaderamente!

Por Marco Marin Parra.
Basado en Mateo 14:28-31

El coraje de Pedro y la aprobación de Cristo:

Muy atrevido fue Pedro al aventurarse a ir hacia Cristo sobre las aguas (V. 28): Señor, si eres Tú, manda ir a Ti sobre las aguas. La osadía era el gran don de Pedro; y eso es lo que le hizo adelantarse a los demás en sus expresiones de amor a Cristo, aunque otros amaran a Cristo igualmente. Fue, en efecto, un ejemplo de su amor al Maestro el desear llegarse rápidamente a Él. En cuanto supo quién era, se sintió impaciente por estar a su lado. No le dijo: Mándame ir sobre las aguas, como si desease experimentar en sí mismo el milagro; sino, manda ir a ti, pues su deseo primordial era estar con Jesús.

El amor verdadero capacita para atravesar, lo mismo por agua como por fuego para llegarse a Cristo.

Quienes deseen beneficiarse de Cristo como Salvador, han de llegarse así a Él con fe. Sí, por algún momento parece que Jesús abandona a los suyos, es para que se le reciba con acrecentado amor.

También es un ejemplo de precaución y de obediencia a la voluntad de Cristo el decirle: Si eres tú, manda ir a ti. Es prudente al pedir una garantía, por eso no le dice: Si eres tú, voy a ti. Los ánimos más osados, deben esperar a recibir un claro llamamiento del Señor, antes de lanzarse a que comportan riesgos; ya que la precipitación en tales casos, es señal de osada presunción, más bien que de firme confianza. Es igualmente ejemplo de la fe y resolución de Pedro, el aventurarse a lanzarse al agua cuando Cristo se lo mandó.

¿Qué dificultad o peligro podía resistir a una fe y a un amor así?

Muy amable fue El Señor al complacer a Pedro en la petición que éste le hizo (V. 29). Cristo sabía que tal deseo nacía de su corazón que le amaba sinceramente, y tuvo a bien satisfacerlo; así lo hace también con todos los que le aman de verdad, complaciéndose en las peticiones de ellos, aunque estén mezcladas con diversas debilidades; pues Él sabe sacar de todo el mejor partido posible.

Le pidió el Señor que viniera hacia Él, dándole así a Pedro la garantía que éste deseaba; puesto que lo deseaba con firme resolución de poner toda su confianza en Cristo. Poseídos de este poder, también nosotros podemos elevarnos del suelo, y vernos libres del peso del mundo que tiende a hundirnos en sus atractivos. Esta es la victoria que vence de una vez al mundo, nuestra fe (1 Jn 5:4).

No había ningún peligro para Pedro andando sobre las aguas, mientras tenía los ojos puesto en Jesús; pues allí estaban para sostenerle abajo los brazos eternos (Deuteronomio 33:27). La cobardía de Pedro y el reproche que Jesús le dirigió, al mismo tiempo que acudía a socorrerle.

Cristo le pidió que fuese a Él sobre las aguas, no sólo para que experimentara el poder de Jesús al andar sobre ellas, sino también para que desconfiara de sí mismo al ver que comenzaba a hundirse bajo ella.

Pedro tuvo miedo (V.30).

La fe más fuerte, y el coraje más bravo, pueden sufrir depresiones de temor. Quienes pueden sinceramente confesar: Señor, creo, deben añadir: Señor, ven en ayuda de mí incredulidad (Mr 9:24).

La causa de este miedo: Al percibir en fuerte viento.

Mientras tuvo Pedro los ojos fijos en Cristo, en Su Poder y en Su Palabra, anduvo sobre las aguas sin peligro alguno; pero tan pronto como percibió el peligro del viento, le entró miedo, y ya no se acordó del otro caso en que el viento y el mar habían obedecido a Cristo (Mat 8:26-27).

Cuando nos fijamos en las dificultades con los ojos del cuerpo, más que en las promesas divinas con los ojos de la fe, estamos en peligro de sucumbir atemorizados.

El efecto de este miedo: Comenzó a hundirse.

Cuando la fe sostenía, se mantuvo sobre el agua; pero tan pronto como su fe vaciló, perdió el equilibrio. El hundimiento de nuestro espíritu se debe a la debilidad de nuestra fe; somos guardados por el poder de Dios mediante la fe (1 Pedro 1:5).

Fue gran misericordia de parte de Cristo que no le dejó hundiese al vacilar su fe, descendiendo a las profundidades como piedra (Éx 15:5), sino que le dio tiempo para gritar: ¡Señor Sálvame!

Tal es el cuidado que Cristo tiene de los Suyos, que los verdaderos creyentes por débiles que sean, sólo comienzan a hundirse; nunca se hunden del todo. El remedio a que recurrió Pedro en este peligro, el antiguo, probado y bien experimentado remedio de la oración: ¡Señor sálvame!

Vemos primero, el modo de su oración: gritó, con tono ferviente y apremiante. Precisamente cuando nuestra fe se debilita, debe ser más fuerte nuestro clamor. Segundo, el objeto de su oración, que no pudo ser más apropiado para el peligro en que se encontraba, gritó: ¡Señor, sálvame! Quienes deseen ser salvos no se han de contentar con llegarse a Cristo, sino, invocarle a gritos para que les salve; pero no llegaremos a este punto de gritar, hasta que no nos sintamos hundidos. Sólo una fuerte convicción de pecado puede conducir a un fuerte grito de socorro (Hch 16:30).

El gran favor que Cristo hizo a Pedro cuando éste comenzaba a hundirse.

Primeramente, lo salvó del peligro: Al momento Jesús, tendiéndole la mano, lo agarró (V. 31). Notemos que el tiempo de Cristo para salvarnos es a la hora en que comenzamos a hundirnos, nos socorre en el punto crítico. La mano de Jesús está siempre extendida para socorrer a todos los creyentes, y así, impedir que se hundan.

¡No tengamos miedo! !Él sostendrá a los Suyos!

Después, le reprendió por su falta de fe, le dijo: Hombre de poca fe ¿por qué dudaste? Cristo reprende y corrige a los que ama (Ap 3:39). Puede haber fe verdadera donde hay poca fe, pues lo que cuenta es, ante todo, la calidad más que la cantidad de la fe.

Basta una fe tan pequeña como un grano de mostaza para mover montañas (17:20).

Pedro tuvo bastante fe para hacerle andar sobre las aguas, pero no la suficiente para llegar hasta donde estaba Cristo, todas nuestras dudas y temores que nos desalientan, se deben a la debilidad de nuestra fe; dudamos, porque nuestra fe es poca (Stg 1:6).

Escuche el mensaje aquí.

Cuando más creamos, menos dudaremos.

Es cierto que Cristo no echa fuera de sí a los de poca fe, pero también es cierto que no se complace en la fe débil de los más cercanos a Él. ¿Por qué dudaste? ¿Qué razón había para ello? No hay razón para que los discípulos de Jesús tengan una mentalidad perpleja, ni siquiera en medio de la tormenta; porque Él es siempre nuestra ayuda (Hebreos 13:6).

Se calmó el viento (V. 32), tan pronto como Jesús y Pedro subieron a la barca.

Podía Jesús haber continuado sobre las aguas, pero prefirió entrar con Pedro en la barca para proporcionar a Sus discípulos mayor tranquilidad. Cuando Cristo entra en un alma, hace que cesen allí los vientos y las tempestades, e impone Su paz (Jn 14:27).

Da la bienvenida a Jesús, y verás que pronto se acalla el ruido de las olas. El método mejor para permanecer tranquilos, es reconocer que Él es Dios con nosotros (Isaías 7:14).

La adoración que le tributaron los que estaban en la barca:

Vinieron y le adoraron, diciendo; Verdaderamente eres El Hijo de Dios (V. 33). Dos bienes resultaron del apuro reciente y de la consiguiente liberación: La fe de ellos en El Señor quedó robustecida, progresaba el conocimiento que de Él tenían. Después que la fe pasa victoriosamente por una prueba, sale fortalecida mediante el ejercicio y se torna más activa. Entonces llega a la perfección de la seguridad y puede decir: ¡VERDADERAMENTE!

Tuvieron la oportunidad de tributarle la gloria debida a Su Nombre: Le adoraron. Cuando El Señor manifiesta Su gloria a favor nuestro, debemos retornársela dándole el debido honor (Sal 50:15). Expresaron su adoración y dijeron: Verdaderamente eres El Hijo de Dios. Quizás esta expresión no tenía aún el profundo sentido de Mat 16:16, pero nos muestra la adoración de los discípulos a Cristo como al Divino Liberador.

Vemos, pues, que el objeto de nuestra fe debe ser también motivo de nuestra alabanza. La fe, es la base genuina de nuestro culto, y el culto es el producto genuino de nuestra fe. Amén.

¡Adóralo con todo vuestro corazón!

Gracias Dios mío, por tu hermosa lección de fe y de confianza. Se que Tú estás con todos los que te buscan en espíritu y en verdad.

Tu amado hermano Marco Marin Parra.
Suecia - Lysekil.
¡Bendiciones!
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