Esfuerzo a la obediencia.

Por Marco Marin Parra.
Un tema basado en Mateo 14:23-26.

Subió al monte a solas.

Con frecuencia iba en busca de la soledad, dándonos así ejemplo; pues no puede ser provechoso siervo de Dios en público quien no sabe buscar el rostro de Dios en privado. La soledad en comunión con Dios, es el gran manantial de riquezas espirituales; quien no sabe estar a solas, demuestra estar vacío. La gente confunde soledad con aislamiento. La presente inopia espiritual y humana se debe, en gran parte, a que casi todos buscan la compañía y el bullicio del mundo como compensación engañosa del gran vacío que sienten en su interior.

¡Subió a Orar!

Esa era Su ocupación en la soledad, lejos del mundanal ruido; cuando todo calla en derredor nuestro, antes de comenzar nuestro trabajo diario o después de haberlo acabado, es el tiempo de entrar en el aposento, y a puerta cerrada, orar al Padre que está en lo secreto (Mateo 6:6) según la norma que Él mismo nos dejó.

Cuando los discípulos se fueron al mar, Él se fue al monte a orar. Allí estuvo por largo tiempo Él solo: "...Y cuando llegó la noche, estaba allí solo", y por el contexto, parece ser que estuvo así orando hasta la madrugada, hasta la cuarta vigilia de la noche (V. 25). Llegó la noche, una tempestuosa noche, pero Él continuaba constante en la oración (Ro 12:12). Cuando El Señor ensancha nuestro corazón (Sal 119:32), es el tiempo de alargar nuestra oración.

La miserable situación en que se encontraban entonces los pobres discípulos, y la barca estaba ya en medio del mar, azotada por las olas (V. 24). Habían llegado al centro del lago, donde las tormentas súbitas son frecuentes.

Como en esta ocasión, también el creyente suele disfrutar de buen tiempo al comienzo de su travesía espiritual, pero son frecuentes después las tormentas que hemos de arrastrar antes de llegar al puerto, a las playas de la eternidad.

Tras períodos de calma, son frecuentes los de tormenta. Los discípulos estaban ahora en el lugar al que Jesús les había mandado; sin embargo, se encontraron con esta tormenta. No es cosa nueva para los discípulos de Cristo encontrarse con tormentas en el camino de su deber, y ser enviados al mar cuando El Maestro prevé la tempestad que se les avecina; pero el objetivo de Cristo es, en todo caso, manifestarse a los Suyos con las gracias más admirables que les tiene reservadas para estas ocasiones.

Esto fue muy desalentador para los discípulos, ahora que no tenían consigo al Maestro como lo habían tenido anteriormente en otra tormenta (Mateo 8:23-27). Por aquí vemos que Jesús entrena primero a sus discípulos para menores dificultades, y después para mayores, a fin de enseñarnos gradualmente a vivir por fe. Aunque el viento era contrario y la barca estaba azotada por las olas, no se volvieron atrás; sino que, se esforzaron por seguir adelante, ya que Jesús les había ordenado ir delante de Él a la otra orilla (V. 22).

Aunque las aflicciones y las dificultades puedan perturbarnos en el cumplimiento de nuestro deber, no debemos consentir que nos aparten de Él. El auxilio que Cristo les presta en tal situación (V. 25), es un ejemplo más de su bondad; pues se fue hacia ellos como quien se había percatado del caso, y estaba preocupado por ellos.

Cuando un creyente o una iglesia se encuentra en situación de extrema gravedad, llega la oportunidad (y hay que impetrarla en oración ferviente) de que Cristo le visite y se manifieste en favor de él. De su poder, pues, vino a ellos andando sobre el mar.

Este, es un ejemplo admirable del soberano dominio que Cristo ejerce sobre toda criatura. No necesitamos preguntar cómo lo hizo, nos basta con el hecho para reconocer Su gran poder. Él puede emplear el medio que le plazca para salvar a los suyos de todo peligro. Luego, se nos refiere lo que pasó entre Cristo y Sus discípulos cuando éstos le vieron acercarse.

El episodio tiene momentos distintos, los discípulos en general. Aquí nos narra el miedo que les entró, al verle andar sobre el mar; se turbaron y decían: ¡Es un fantasma! (V. 26) cuando debieron decir: ¡es El Señor! Pues no podía ser otro. Incluso, las manifestaciones más claras del auxilio divino son, a veces, ocasión de susto y perplejidad para los Hijos de Dios; ya que solemos asustarnos tanto más cuanto menos daño se nos hace.

La aparición de un espíritu o lo que nuestra fantasía, nos presenta como una aparición, no pude menos de asustar a cualquiera; pero cuanto más fervorosa sea nuestra comunión con El Padre de los espíritus: Dios, y cuanto más nos esforcemos en permanecer en Su amor, mayor será la capacidad que poseeremos para superar esos temores.

En medio de una tormenta, la cosa más insignificante contribuye a incrementar el miedo y producir sustos. El mayor peligro de las aflicciones exteriores reside en la fuerza que tiene para perturbarnos interiormente; ya que, al perder la serenidad, se pierde el control mental y el equilibrio emocional.

La forma en que Cristo acalló los temores de ellos (V. 27).

Demoró su auxilio durante la tormenta, pero se apresuró a socorrerles cuando se asustaron; pues esto era más peligroso. La tormenta cesó de atemorizarles cuando Él les habló diciendo: ¡Tened ánimo! Yo soy. No necesitaba manifestarles su propio Nombre, sino, que bastaba con decir: Yo soy. Pues ellos conocían Su voz ya que eran ovejas Suyas (Jn 10:4), como le reconoció después por Su voz María Magdalena (Jn 20:16 ).

Bastó para apaciguarles, saber quién era El que habían visto.

Escuche el mensaje aquí.
El conocimiento de la verdad, especialmente el conocimiento de Cristo, abre las puertas del consuelo y la paz interior. Les anima a no temer, precisamente porque es Él. Si los discípulos de Cristo no aciertan a mantener el gozo durante una tormenta, es culpa de ellos; pues deberían oír la voz de Cristo que les dice: ¡tened ánimo! La frase: ¡no temáis! tiene dos direcciones:

a) "No tengáis miedo de mi, ahora sabéis que soy yo". Cristo nunca puede aterrorizar a quienes Él se manifiesta, cuando se le conoce bien, desaparece el temor (Jn 4:18).

b) "No temáis la tempestad, los vientos y las olas; no temáis cuando estoy tan cerca de vosotros. Yo soy el que mayor interés tiene por vosotros, y no voy a consentir estar cerca de vosotros y ver cómo perecéis". Nada puede aterrorizar a quienes tienen consigo a Cristo, y pueden decir: Yo soy de Mi amado, y conmigo tiene contentamiento (Cantares 7:10).

Somos de Cristo, por tanto, ni de la muerte hemos de aterrorizarnos, porque también la muerte es posesión nuestra, para que no nos domine (1 Co 3:22-23). Amén.

Con todo el amor de Cristo,
Tu hermano Marco Marin Parra,
Bendiciones desde Lysekil, Suecia.
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