En el filme estadounidense de 1956 “Los Diez Mandamientos”, Charlton Heston es el protagonista. Su interpretación de Moisés embutió en las generaciones posteriores una imagen del personaje bíblico que combina la virilidad tejana de Clint Eastwood con el talante de estadista fundador de Thomas Jefferson y el seductor aplomo del Che Guevara. Así, Hollywood nos terminó presentando un héroe más parecido a Ronald Reagan que al (¿a los?) Moisés bíblico.
En cambio, el Moisés del Pentateuco, aunque emociona por su coraje y fe, siempre lucha con sus dudas, el temor le afloja las rodillas y, sin duda, nunca gozó de la grave elocuencia de Heston. En realidad, el Moisés auténtico fue tan poco famoso en su tiempo, que “sus hazañas” son absolutamente desconocidas para los pueblos que en la antigüedad constituían el entorno de Israel. La obra literaria, en todo caso, no descansa sobre sus hombros.
En el libro del Éxodo, Yahvé es el protagonista. Aún más, la trama es su revelación. La historia de liberación de su pueblo es el rastro de su identidad. El sonido de cadenas rotas y yugos caídos, es la sonoridad de su nombre. Cuando Moisés le pregunta cómo se llama, responde: “Yo soy el que seré”. El sentido de YHWH, es dinámico.
Hay, en ello, un cambio respecto de las tradiciones patriarcales en las que el dios cananeo El, es el Dios de los padres. En la narrativa bíblica el nombre caracteriza al personaje. Y toda la historia del éxodo constituye una definición progresiva del nombre de Dios. Yahvé irá mostrando progresivamente su identidad a través de sus acciones. Se trata de un Dios para su pueblo.
Un Dios que responde por el débil y el desposeído; comprometido con la experiencia histórica de marginación, pequeñez, vulnerabilidad e insignificancia, del antiguo Israel. Por su parte, Heston, Presidente entre 1998 y 2003 de la National Riffle Association, siempre se comprometió con el “sagrado” derecho a la libre posesión de armas de fuego (para la defensa, desde luego, de la propiedad privada).
Cierto, el papel de Moisés es preponderante. Destaca entre sus hermanos. Pero es Yahvé quien los saca de Egipto, es Yahvé quien los acompaña durante su paso por el desierto y es Yahvé quien se encuentra con ellos en el Sinaí. Él los llama de la esclavitud al servicio. De los deshumanizantes trabajos forzados a las dignísimas labores del santuario.
No caben las espiritualizaciones: Moisés no solicita “libertad de culto” para los hebreos. No se trata de que Faraón les conceda abrir unas cuantas sinagogas en Goshen y les permita un par de días festivos en medio de su servidumbre. La Palabra de Yahvé es imperativa: “deja ir a mi pueblo”.
Faraón pregunta quién es ese Yahvé. Advierte que no lo conoce... “No conozco a ese Dios y no liberaré a los israelitas”. Ya lo conocerá. La soberbia imperial será humillada, porque el libro quiere dejarnos claro, muy claro, que el futuro del pueblo no se juega en la corte de Faraón. Yahvé es soberano.
Aunque incomode a los amantes del dios neutral, del risueño colachón que a todo sonríe y nada condena, el primer acto salvífico de Yahvé es de carácter político. No se trata de una liberación abstracta o espiritual. La intervención de Yahvé a favor de su pueblo no se entiende si no es en relación con la de su antagonista en la narración, el representante de la mayor potencia (militar, económica y cultural) de la región.
Que quede claro: el Dios libertador es enemigo del imperio opresor. Los negros que seguramente salieron de Egipto con Moisés, a diferencia de los de Haití, no sólo no fueron malditos por Dios producto de su liberación de la esclavitud (como explicó Pat Robertson), sino que fue el propio Yahvé quien los liberó.
Realizada la liberación de Egipto, en Éxodo son igualmente importantes el nuevo orden social que se construirá y las leyes que lo sustentarán. Las leyes reflejan los valores y conflictos sociales de una comunidad. Sus silencios y disimulos gritan realidades que el discurso oficial quiere invisibilizar. Veamos las concepciones de ley y legalidad de Charlton Heston y del Yahvé del Éxodo.
Entrevistado por Michael Moore (Bowling for Columbine), Heston agradeció a “los sabios hombres blancos” que les legaron un país en el que se respetan tan fundamentales derechos (se refería, particularmente, al de tener armas cargadas en casa). Fue claro, eso sí, en que la violencia que vive la sociedad estadounidense no es un problema de ellos los americanos. La criminalidad se debe, dice el Moisés hollywoodense, a que, a diferencia de Canadá, Estados Unidos tiene “mayor mezcla étnica” (entiéndase, esa lamentable sarta de inmigrantes que tanto preocupó a Huntington).
El Yahvé del Éxodo es, también, un Dios legislador. Mejor aún, su ley, enmarcada en la narrativa de la liberación, es proyección y garantía de esa libertad. El gesto liberador de Yahvé es la base sobre la que se fundamenta la obediencia del pueblo y su ética social. Sus leyes, entonces, deben interpretarse a la luz de la liberación narrada en cuyo marco se encuentran: En el trato a los extranjeros, les dice, no olviden que ustedes fueron extranjeros en Egipto. Los juzgaré, añade, por la forma en que traten a la viuda y al huérfano. Cada tanto, dispone, las deudas quedan saldadas, y las tierras, agrega, deben regresar a las familias que las hayan perdido por problemas económicos. Pediré cuentas, insiste, a cada uno de la sangre de su prójimo, porque el ser humano es imagen y semejanza mía.
Tras una prolongada demencia degenerativa, Heston murió en el 2008. Queda su filmografía.
Yahvé continúa hablándonos en su Palabra liberadora. Lo seguirá haciendo mientras hayan ojos dispuestos a releer textos y contextos en un círculo hermenéutico que no deje de sumergir, expectante, el balde del sentido y el mensaje, en la riqueza fontanal de la Biblia. En ese tanto, Yahvé, que desde su montaña santa escuchó al pueblo, descendió para liberarlos, los condujo por el desierto y estableció con ellos su alianza, seguirá empujando nuevos éxodos y desafiando reeditados faraones.
Compartido por nuestro amigo teólogo Juan Stam »En cambio, el Moisés del Pentateuco, aunque emociona por su coraje y fe, siempre lucha con sus dudas, el temor le afloja las rodillas y, sin duda, nunca gozó de la grave elocuencia de Heston. En realidad, el Moisés auténtico fue tan poco famoso en su tiempo, que “sus hazañas” son absolutamente desconocidas para los pueblos que en la antigüedad constituían el entorno de Israel. La obra literaria, en todo caso, no descansa sobre sus hombros.
En el libro del Éxodo, Yahvé es el protagonista. Aún más, la trama es su revelación. La historia de liberación de su pueblo es el rastro de su identidad. El sonido de cadenas rotas y yugos caídos, es la sonoridad de su nombre. Cuando Moisés le pregunta cómo se llama, responde: “Yo soy el que seré”. El sentido de YHWH, es dinámico.
Hay, en ello, un cambio respecto de las tradiciones patriarcales en las que el dios cananeo El, es el Dios de los padres. En la narrativa bíblica el nombre caracteriza al personaje. Y toda la historia del éxodo constituye una definición progresiva del nombre de Dios. Yahvé irá mostrando progresivamente su identidad a través de sus acciones. Se trata de un Dios para su pueblo.
Un Dios que responde por el débil y el desposeído; comprometido con la experiencia histórica de marginación, pequeñez, vulnerabilidad e insignificancia, del antiguo Israel. Por su parte, Heston, Presidente entre 1998 y 2003 de la National Riffle Association, siempre se comprometió con el “sagrado” derecho a la libre posesión de armas de fuego (para la defensa, desde luego, de la propiedad privada).
Cierto, el papel de Moisés es preponderante. Destaca entre sus hermanos. Pero es Yahvé quien los saca de Egipto, es Yahvé quien los acompaña durante su paso por el desierto y es Yahvé quien se encuentra con ellos en el Sinaí. Él los llama de la esclavitud al servicio. De los deshumanizantes trabajos forzados a las dignísimas labores del santuario.
No caben las espiritualizaciones: Moisés no solicita “libertad de culto” para los hebreos. No se trata de que Faraón les conceda abrir unas cuantas sinagogas en Goshen y les permita un par de días festivos en medio de su servidumbre. La Palabra de Yahvé es imperativa: “deja ir a mi pueblo”.
Faraón pregunta quién es ese Yahvé. Advierte que no lo conoce... “No conozco a ese Dios y no liberaré a los israelitas”. Ya lo conocerá. La soberbia imperial será humillada, porque el libro quiere dejarnos claro, muy claro, que el futuro del pueblo no se juega en la corte de Faraón. Yahvé es soberano.
Aunque incomode a los amantes del dios neutral, del risueño colachón que a todo sonríe y nada condena, el primer acto salvífico de Yahvé es de carácter político. No se trata de una liberación abstracta o espiritual. La intervención de Yahvé a favor de su pueblo no se entiende si no es en relación con la de su antagonista en la narración, el representante de la mayor potencia (militar, económica y cultural) de la región.
Que quede claro: el Dios libertador es enemigo del imperio opresor. Los negros que seguramente salieron de Egipto con Moisés, a diferencia de los de Haití, no sólo no fueron malditos por Dios producto de su liberación de la esclavitud (como explicó Pat Robertson), sino que fue el propio Yahvé quien los liberó.
Realizada la liberación de Egipto, en Éxodo son igualmente importantes el nuevo orden social que se construirá y las leyes que lo sustentarán. Las leyes reflejan los valores y conflictos sociales de una comunidad. Sus silencios y disimulos gritan realidades que el discurso oficial quiere invisibilizar. Veamos las concepciones de ley y legalidad de Charlton Heston y del Yahvé del Éxodo.
Entrevistado por Michael Moore (Bowling for Columbine), Heston agradeció a “los sabios hombres blancos” que les legaron un país en el que se respetan tan fundamentales derechos (se refería, particularmente, al de tener armas cargadas en casa). Fue claro, eso sí, en que la violencia que vive la sociedad estadounidense no es un problema de ellos los americanos. La criminalidad se debe, dice el Moisés hollywoodense, a que, a diferencia de Canadá, Estados Unidos tiene “mayor mezcla étnica” (entiéndase, esa lamentable sarta de inmigrantes que tanto preocupó a Huntington).
El Yahvé del Éxodo es, también, un Dios legislador. Mejor aún, su ley, enmarcada en la narrativa de la liberación, es proyección y garantía de esa libertad. El gesto liberador de Yahvé es la base sobre la que se fundamenta la obediencia del pueblo y su ética social. Sus leyes, entonces, deben interpretarse a la luz de la liberación narrada en cuyo marco se encuentran: En el trato a los extranjeros, les dice, no olviden que ustedes fueron extranjeros en Egipto. Los juzgaré, añade, por la forma en que traten a la viuda y al huérfano. Cada tanto, dispone, las deudas quedan saldadas, y las tierras, agrega, deben regresar a las familias que las hayan perdido por problemas económicos. Pediré cuentas, insiste, a cada uno de la sangre de su prójimo, porque el ser humano es imagen y semejanza mía.
Tras una prolongada demencia degenerativa, Heston murió en el 2008. Queda su filmografía.
Yahvé continúa hablándonos en su Palabra liberadora. Lo seguirá haciendo mientras hayan ojos dispuestos a releer textos y contextos en un círculo hermenéutico que no deje de sumergir, expectante, el balde del sentido y el mensaje, en la riqueza fontanal de la Biblia. En ese tanto, Yahvé, que desde su montaña santa escuchó al pueblo, descendió para liberarlos, los condujo por el desierto y estableció con ellos su alianza, seguirá empujando nuevos éxodos y desafiando reeditados faraones.
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