¡Oíd, cielos, y escucha tú, tierra!

Por Marco Marin Parra.
Basado en Isaías 1:2 RV60.

Isaías 1:2:
Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí.
Este mensaje está basado del versículo 2 al 15 de este capítulo 1 de Isaías.


El profeta, aunque habla en nombre de Dios, al no esperar ser escuchado por sus compatriotas, se dirige a los cielos y a la tierra (V. 2): "Oíd, cielos, y escucha tú, tierra". De criatura inanimadas que cumplen las leyes que les fijó su Creador, se puede esperar que escuchen el mensaje de Dios mejor que este pueblo estúpido y sin sentido.

Se avergüencen las luminarias del cielo, la tenebrosidad de ellos, así como la fructuosidad de la tierra, la esterilidad suya, y la regularidad con que cielos y tierra siguen su órbita; y se ajusten a las diversa estaciones. avergüence la irregularidad de ellos.

Así comienza también Moisés en Deuteronomio 32:1: «Escuchad, cielos, y hablaré; Y oiga la tierra los dichos de mi boca». Les acusa de vil ingratitud. Que escuchen los cielos y la tierra, y se asombren:

A - Del amoroso comportamiento de Dios con un pueblo tan displicente y provocador...

"Crié hijos y los engrandecí". Estaban bien criados e instruidos «¿Así pagáis a Jehová, Pueblo loco e ignorante? ¿No es Él tu padre que te creó? El te hizo y te estableció» (Dt 32:6).

B - La conducta antinatural de ellos hacia Él, que tan tiernamente se había comportado con ellos, y ellos se han rebelado en Su contra.

El profeta atribuye esta anomalía a la ignorancia e irreflexión de ellos (v. 3): "El buey conoce, pero Israel no conoce". Perspicacia del buey y del asno, criaturas de la más lerda especie; no obstante, el buey tiene tal sentido del deber como para reconocer a su amo y servirle.


Escuche el mensaje aquí.

El asno, por su parte, tiene sentido de su interés como para reconocer el pesebre de Su Amo, y apresurarse a llegar allá donde se le da de comer. Por tan lerdos animales es avergonzado el hombre en su falta de conocimiento; y no sólo se le manda a la escuela del buey y del asno para que aprenda de ellos (Pr 6:6-7), sino que además dice:

«Ve a la hormiga, oh perezoso,
Mira sus caminos, y sé sabio;

La cual no teniendo capitán,
Ni gobernador, ni señor,»

...sino que, se le coloca en un grado inferior al de ellos (Jer 8:7).

«Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová.» Jeremías 8:7

Necedad y estupidez de Israel.

Dios es su amo y propietario; Él los creó y ha provisto abundantemente para ellos. Lo mismo ha hecho con nosotros. No obstante, muchos que dicen pertenecer al pueblo de Dios exclaman:
«¿Qué es El Todopoderoso para que hayamos de servirle?» Job 21:15

No saben ni reflexionan. Conocen, es cierto: "Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.” (Ro 1:21). Pero tal conocimiento no les sirve de nada, porque no consideran lo que conocen ni lo aplican a su caso.

La inconsideración de lo que conocemos, es un enemigo tan grande como la ignorancia de lo que deberíamos conocer. Estas son las causas de que los hombres se rebelen contra Dios.

Se lamenta Isaías de la corrupción del reino de Judá. La enfermedad del pecado era epidémica, y todos los elementos de la sociedad, todas las clases estaban sufriendo la infección de dicha epidemia: ”Oh nación pecadora...” Tanto más culpable, cuanto que era el pueblo escogido de Dios.”

La maldad era universal.

La generalidad del pueblo era presa de los vicios y de la profanidad. Su perversidad pesaba sobre ellos como un talento de plomo (Zac 5:7,8). Procedían de mala estirpe, eran raza de malhechores, llevaban la traición en la sangre, y eran hijos depravados.

Como indica el hebreo, no sólo eran corruptos, sino también corruptores; propagadores del vicio que infectaba a otros. "Abandonaron a Jehová, despreciaron al Santo de Israel y le volvieron la espalda". El hebreo "niatsú" indica un desprecio provocativo, deliberado y con mala intención: Sabían lo que irritaba a Dios y lo ponían por obra.

El profeta lo ilustra mediante una comparación tomada de un cuerpo infectado totalmente por la lepra o, como el de Job, por llagas malignas (V.5-6. Comp con Job 2:6,7). La enfermedad afectaba a los órganos vitales y amenazaba así ser mortal.

Se habían corrompido en su discernimiento. Tenían la cabeza llena de lepra, se había extendido por todo el cuerpo la enfermedad, y se había vuelto así extremadamente nociva. "No hay en él cosa sana". No habiendo buenos principios, no queda, sino herida, hinchazón y podrida llaga.

Por otra parte, no había intentos de reforma; o, si los había mostraban ser ineficaces. "No están curadas, ni vendadas ni suavizadas con aceite".

Mientras el pecado permanece sin arrepentimiento ni confesión, las heridas espirituales no se curan ni se cierran; en realidad, es imposible su curación.

El profeta se lamenta tristemente, de los juicios divinos que los israelitas han atraído sobre sí mismo. Su reino está al borde de la ruina (V. 7): "Vuestra tierra es una desolación". Y continúa: «En cuanto a los frutos de vuestros campos, que habrían de servir de alimento a vuestra familias, extranjeros los devoran en presencia vuestra sin que podáis impedirlo; mueres de inanición, mientras vuestros enemigos se sacian».

"La hija de Sión" (V. 8), Jerusalén, como una doncella cuya madre era el templo edificado sobre el monte Sión, se hallaba ahora como choza en viñedo, como cabaña en melonar. Isaías se consuela al considerar el remanente que había de ser un monumento de la gracia y la misericordia de Dios, a pesar de la general corrupción del país.

"Si Jehová de las Huéstes no nos hubiese dejado un exiguo remanente, conservado puro en medio de la común apostasía, y a salvo de la general calamidad, habríamos sido como Sodoma, habríamos llegado a ser semejantes a Gomorra" (V. 9).

"Jehová de las Huéstes", es el título que indica el omnímodo poder y la soberanía de Dios, cuando actúa como General en Jefe de las fuerzas armadas de Su Pueblo. Pablo cita esto en Ro 9:27-29, y lo aplica a los pocos israelitas que habían abrazado el cristianismo. Este remanente es, con frecuencia, exiguo. La cantidad no es nota distintiva de la verdadera iglesia; la manada de Cristo suele ser pequeña.

Quienes, por la gracia y la misericordia de Dios se han salvado de la ruina, deben volver la vista atrás con gratitud, para ver cuánto deben a unos pocos que cerraron las brechas, y especialmente a Dios, quien les otorgó este pequeño remanente.

Ahora Dios les invita (aunque en vano) a que escuchen Su Palabra. Los epítetos que les impone son muy extraños: "Príncipes de Sodoma... Pueblo de Gomorra" (V 10). Esto da a entender, cuán justo habría sido Dios si los hubiese consumido como lo hizo con las ciudades citadas, así como la corrupción del pueblo y de sus gobernantes, tipificada en la perversidad de Sodoma y Gomorra.

Isaías no se mordía la lengua, y es tradición de los judíos que estas palabras fueron las que, al andar el tiempo, le ocasionaron una muerte violenta. En Sodoma y Gomorra no fue hallado un remanente puro de diez personas; por eso perecieron. Si Judá y Jerusalén han sobrevivido ahora, lo deben al resto que Dios les había dejado.

La demanda que les hace es muy razonable: «Oíd La Palabra de Jehová... Prestad oídos a la instrucción de nuestro Dios». La palabra de Dios es luz y vida. Con ella no marcharán ciegos a la ruina.

Justamente rehúsa Dios escuchar las oraciones de ellos y aceptar sus sacrificios (V. 11), su asistencia a servicios del templo (V. 12), sus ofrendas y sus asambleas festivas de toda clase (V. 13-14), sus manos extendidas en oración, mientras están llenas de sangre (V. 15).

Todo es pura fachada, máscaras burdas de una religión externa que oculta un corazón corrompido. Hay muchos que son ajenos a la religión, y aun enemigos de ellas; y sin embargo, muestran un celo enorme en guardar las formas, y poner de relieve lo que es pura sombra de piedad.

Esta nación pecadora, sentía y mostraba enorme interés en llevar muchas víctimas animales al altar de los holocaustos, y mucho incienso al altar de los perfumes; pero el corazón estaba vacío de verdadera devoción. Sus holocaustos carecían de interior dedicación (comp con Ro 12:1); sus oraciones, de verdadero fervor y sentido. Venían a ser vistos delante de Dios (v. 12).

Es curioso que, cuando los pecadores se sienten bajo el juicio de Dios, están más prestos a correr a sus devociones externas, más que a dejar sus pecados y reformar su vida. Las devociones más pomposas y costosas de los malvados, están tan lejos de agradar a Dios que le resultan abominables.

Todo lo que se contiene en los versículos 11-20 muestra, en una gran variedad de expresiones, el gran principio de que la obediencia es mucho mejor que el sacrificio. Tan vanas son todas estas manifestaciones externas de religión, que a Dios le producen asco. Nótese cómo lo declara: "Me es ofrenda de abominación" (lit) "No puedo aguantarlo..." (V. 13); "las tiene aborrecidas mi alma; me son una carga; estoy hastiado de soportarlas" (V. 14, lit).

Las oraciones y los sacrificios del pueblo, además de resultar abominable a Dios, son sin provecho alguno para ellos mismos:"¿Quién demanda esto de vuestras mano?" (V. 12), como si dijese: Ni me sirve a mi (V. 11) ni os aprovecha a vosotros.

Aunque multipliquen oraciones, Dios no las oirá (V. 15), porque no proceden de un corazón recto. "Son dice Jehová, vuestro sacrificio (V. 11), vuestras fiestas solemnes (V. 13-14), no míos". Se presentan delante de Dios no para honrar Su Templo, sino, para hollar, como animales salvajes e inmundos, Sus atrios (V. 12).

Dios nunca se cansa de escuchar las oraciones de los justos, pero le hastían pronto los costosos sacrificios de los malvados. De tal modo odia Dios el pecado, que las oraciones más prolijas y los sacrificios más caros le resultan abominables, cuando están teñidos de pecado. La piedad hipócrita es doble iniquidad. Amén.

Dios nos ayude a entender el propósito para Su Pueblo. Tu amado hermano Marco, desde su humilde corazón para tu tierno corazón.

Que Dios nos bendiga,
Lysekil, Suecia.

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