Jeremías fue un profeta que empezó su ministerio en el año 629 a. de C., cuando era aún muy joven; exactamente a los 20 años de edad. Profetizó durante un período de 40 años, tiempo en el que el pueblo era gobernado por reyes perversos que se habían apartado de Dios, haciendo apostatar al pueblo y acarrear el juicio sobre ellos.

La profecía de Jeremías inoportunó a estos gobernantes y al pueblo, por lo cual sufrió persecución y cárcel, pues él señalaba el pecado, y anunciaba el castigo de Dios si no se arrepentían; sin embargo, conforme a la promesa del Señor al momento de su llamamiento el Señor estuvo siempre con Jeremías, la presencia fresca y fortaleciente del Espíritu Santo estuvo con él hasta el momento que fue lapidado en Egipto.

1. La apostasía del pueblo:

En los versículos bajo estudio Dios señala la apostasía del pueblo, su apartarse del Señor y el abrazarse a la idolatría de los pueblos paganos; sin embargo, no se anuncia un castigo inmediato; más bien, es una invitación al razonamiento (V9). Nuestro Señor empieza a argumentar contra el pecado, como el padre que se esfuerza por hacer entrar en razón a sus hijos rebeldes, con la esperanza de volverlos al arrepentimiento.

Dios bien podría haber callado, dejarse sin testimonio y dejar que el pueblo cosechase su maldad; mas su amor es tan grande que no puede guardar silencio, grita desde Su Palabra; usa a sus siervos, señala su descontento ante la maldad, pues Él no quiere el fracaso de los suyos y espera un volverse a Él, espera un arrepentimiento para bendición del hombre mismo.

2. El ejemplo de la fidelidad de los paganos a sus costumbres:

El Señor confronta la infidelidad del pueblo ante Él, contrastándola con la fidelidad de los paganos a sus costumbres (V10), los invita a dar una mirada a las costas de Quitim (los pueblos al oriente de Israel, en las islas del Mediterráneo), y ver también la actitud de los pueblos que están al poniente de ellos, en otras palabras les dice: “Miren a todos los pueblos de su alrededor, y consideren si ellos han hecho algo semejante a lo que ustedes han hecho: dejar a su dios y abrazarse a dioses extraños.

Dios comienza a hacer resaltar, no la idolatría de estos pueblos (pues Dios aborrece la idolatría), más bien considera el Señor su devoción, su entrega; ellos no abandonaban a sus dioses (aunque sus dioses eran nada). Pero Israel que tenía al Dios verdadero le había dado la espalda para abrazar la falsedad.

Cuando se medita en el celo de muchos religiosos para con su fe, uno queda impactado, hay quienes están dispuestos a morir por lo que creen, a dejar sus comodidades, a dejar a sus familias. Esto debería avergonzar a la Iglesia que muchas veces se caracteriza por su frialdad e inconstancia, no se está dispuesto a esforzarse en la gracia, a pagar el precio del discipulado, a negarse a sí mismo; y lo que es más, muchas veces le da la espalda al Señor abrazándose al pecado, a la mentira, a vivir una vida que está lejos de reflejar al Señor en esta tierra.

Visitaba a un hombre religioso y consideraba su vida: Se había esforzado en la vida por salir adelante con su familia, sus valores sobre la familia y el matrimonio eran envidiables, pude observar en su hogar la estabilidad lograda a través del esfuerzo, la disciplina y la rectitud de vida. Y sé bien, que todo esto no salva, pero ese hombre disfruta de muchas cosas de las cuales los cristianos no tenemos por la desobediencia al consejo de Dios.

Muchas veces, aunque tenemos La Palabra de Dios y la guianza del Espíritu Santo, se pisotea la fe, permitimos nos arrastren nuestras pasiones olvidándonos de Aquel que nos llamó. Como consecuencia, muchos hogares cristianos no permanecen, se pierden nuestros hijos, se fracasa en los empleos, no se sale adelante.

3. El volver la espalda a Dios:

El pueblo había dejado a Dios para abrazar lo que no era Dios, como aquel que decide ignorar la voluntad del Único Dios Verdadero para hacer su propia voluntad; y ésta quizá es la mejor definición de pecado: “Volver la espalda a Dios”.

Esa es la razón por la que muchos no se rinden a Cristo, no por ignorancia, sino porque prefieren que impere en su vida su propia voluntad, y no lo que Dios quiere para ellos; y tratan de llenar sus vacíos con lo que no sacia, con lo pasajero, con la mentira de Satanás y de este mundo.

Dos males ha hecho mi pueblo les dice El Señor: “me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (V13). Y es que muchas veces, sabiendo la voluntad de Dios se vaga en el pecado y la miseria, cosechando el fruto de esta actitud: Un corazón vacío, un sentimiento de soledad de insatisfacción y de culpa, odios y resentimientos; y al final, una eternidad lejos del Señor sin esperanza alguna, cuando en Dios tenemos vida, gozo, paz y seguridad eterna.

La sed del alma no la sacia el dinero, ni el sexo, ni el poder; tampoco la sacia el vicio, ni siquiera la religión; sólo Jesucristo puede saciarla.

Conclusión:

Por eso si hay vacíos en tu corazón y comprendes por esta palabra que es la consecuencia de haberle dado la espalda a Dios, entonces ven a Él, Él te ama y se ofrece a Ti como Aquel que puede saciar tus ansiedades. Reconoce tus faltas, pídele perdón, invítale a tu corazón y verás que de tu corazón correrán ríos de agua viva.