Por Hno. Guillermo Morataya.
Un tema basado en Números 20:7-12.
Dios le bendiga,
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Un tema basado en Números 20:7-12.
Pensamiento: En nuestra vida la gloria le pertenece al Señor.
El pasaje bajo consideración, nos habla de la actitud de Moisés, que trajo como consecuencia que Dios le impidiese entrar en la tierra prometida.
Dado el hecho que Moisés fué llamado con el propósito de no sólo guiar, sino también, hacer reposar al pueblo en la tierra que Dios les prometió; vale la pena considerar cuál fué el motivo que impidió a este hombre de Dios alcanzar uno de sus más grandes anhelos.
Moisés fue sin duda alguna, el más grande líder que jamás ha tenido la nación judía; y Dios le usó de manera muy especial. Su respaldo de parte del Señor fué tal, que cuando se levantaba murmuración contra él, Dios obraba con gran furor en contra de los sediciosos; como por ejemplo, cuando Dios se levantó contra su hermana María y su hermano Aarón a causa de su rebelión contra Moisés, y les dijo:
“Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él.” (Números 12:6-8)
Sin embargo, pensemos un momento de dónde fué sacado este gran caudillo que Dios usó para abrir el mar Rojo, llamado Moisés. Al pensar en los inicios de este hombre, uno puede gozarse en la grandeza de la gracia de nuestro Señor; pues siendo Moisés parte de un pueblo condenado a la extinción, y cuyos padres en su desesperación por preservarle la vida, lo meten a una canasta y lo lanzan al río Nilo. Y de allí, de una situación de incertidumbre y desesperación lo sacó el Señor.
¿De dónde nos sacó el Señor a nosotros?; quizá cada uno tengamos nuestra propia historia, lo cierto es que todos éramos reos de condenación, perdidos en nuestros delitos y pecados; unos quizá éramos ladrones, otros adúlteros, otros homicidas y otros quizá habíamos caído tan bajo que hasta nos avergonzamos de recordar hasta dónde Satanás nos había arrastrado.
Pero hasta allí donde estábamos, allí donde nadie daba nada por nosotros, allí nos alcanzó la bendita gracia de nuestro Señor Jesús; y nos salvó, nos dió una nueva vida, nos hizo hijos de Dios, nos llenó de su gozo y de su paz y sanó todas nuestras heridas.
Así como levantó a Moisés, también hizo con nosotros: Nos dió una nueva oportunidad.
De la nada lo convirtió en el liberador de su pueblo, lo vistió de autoridad, le concedió grandes privilegios.
Este pasaje nos traslada más o menos treinta años después que el pueblo de Israel había pasado el mar Rojo; Moisés había visto la mano de Dios todo ese tiempo, su posición de liderazgo delante del pueblo era indiscutible.
Muchos problemas habían sido ya superados; sin embargo, el pueblo se vuelve a rebelar y murmuran por la falta de agua. Curiosamente Moisés no actúa como en otras ocasiones, y parece ser por su actitud, que se siente ofendido; sintió como si su liderazgo estaba en juego. Quizá pensó: "Todo lo que he hecho por este pueblo, y así me corresponden".
En otro tiempo Moisés venía e intercedía, lloraba delante de Dios por este pueblo, y lo hacía con un corazón de siervo. Pero por un momento se le olvidó que la gloria le pertenece sólo a Dios; se le olvidó aquella historia del niño que fué rescatado de las aguas de un río llamado Nilo.
Esto viene repitiéndose una y otra vez en la vida de muchos, ya cuando el Señor les está usando en alguna área, se sienten grandes; se olvidan de dónde Dios los ha sacado, y si Él les está permitiendo servirle, es por su gracia y misericordia.
El servicio al Señor, no debe ser jamás para darse a conocer, para demostrar que somos algo. El servicio al Señor debe ser por amor y gratitud a Él, y con el deseo de ser de bendición para otros.
Si bien cuando le servimos al Señor debemos poner lo mejor de nosotros, pues nuestro Dios merece lo mejor; no debemos servir por competencia, ni por vanagloria, pues Dios no recibe tal servicio.
Ante el problema que surge, Moisés y Aarón recurren a Dios, y Él les habla, y les dice qué hacer: “Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos, y darás a beber a la congregación y a sus bestias.” (v. 8)
Ellos reunieron a la gente, y les dijeron: “¡Oíd ahora, rebeldes!, ¿Os hemos de hacer salir agua de esta peña? (V10). Nótese que ellos estaban enfadados, en sus palabras se atribuyen la acción milagrosa a realizar: “¿Os hemos de hacer salir agua de esta Peña? Será que el motivo de su enfado era el hecho de que su liderazgo de más de treinta años estuviese siendo menoscabado por la rebelión del pueblo?
Algunas personas atribuyen el pecado de Moisés al hecho de haber gritado, otros dicen que su pecado fué el haber golpeado la Peña dos veces; sin embargo, el contexto de la escritura enseña que Dios es celoso y Él no comparte su gloria con nadie. (Hechos 12:23, 1 Corintios 10:31)
Hermano, yo creo que lo que nuestro Señor dejó en su Palabra, para nuestra edificación fue escrito; han sido muchos los ministros de Dios, algunos con ministerios únicos, sorprendentes; pero tropezaron con su ego, se olvidaron que solo eran instrumentos, y El que hace la obra no es el hombre, si no El Dios Todopoderoso, y llega un momento donde el Señor dice: “Hasta aquí”. Por eso hermano, sin importar la manera que Dios te está usando, recuerda de dónde Él te ha sacado, y sírvele con gratitud, diligencia, amor y humildad.
Dado el hecho que Moisés fué llamado con el propósito de no sólo guiar, sino también, hacer reposar al pueblo en la tierra que Dios les prometió; vale la pena considerar cuál fué el motivo que impidió a este hombre de Dios alcanzar uno de sus más grandes anhelos.
1. Recordando de dónde nos sacó el Señor.
Moisés fue sin duda alguna, el más grande líder que jamás ha tenido la nación judía; y Dios le usó de manera muy especial. Su respaldo de parte del Señor fué tal, que cuando se levantaba murmuración contra él, Dios obraba con gran furor en contra de los sediciosos; como por ejemplo, cuando Dios se levantó contra su hermana María y su hermano Aarón a causa de su rebelión contra Moisés, y les dijo:
“Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él.” (Números 12:6-8)
Sin embargo, pensemos un momento de dónde fué sacado este gran caudillo que Dios usó para abrir el mar Rojo, llamado Moisés. Al pensar en los inicios de este hombre, uno puede gozarse en la grandeza de la gracia de nuestro Señor; pues siendo Moisés parte de un pueblo condenado a la extinción, y cuyos padres en su desesperación por preservarle la vida, lo meten a una canasta y lo lanzan al río Nilo. Y de allí, de una situación de incertidumbre y desesperación lo sacó el Señor.
¿De dónde nos sacó el Señor a nosotros?; quizá cada uno tengamos nuestra propia historia, lo cierto es que todos éramos reos de condenación, perdidos en nuestros delitos y pecados; unos quizá éramos ladrones, otros adúlteros, otros homicidas y otros quizá habíamos caído tan bajo que hasta nos avergonzamos de recordar hasta dónde Satanás nos había arrastrado.
Pero hasta allí donde estábamos, allí donde nadie daba nada por nosotros, allí nos alcanzó la bendita gracia de nuestro Señor Jesús; y nos salvó, nos dió una nueva vida, nos hizo hijos de Dios, nos llenó de su gozo y de su paz y sanó todas nuestras heridas.
Así como levantó a Moisés, también hizo con nosotros: Nos dió una nueva oportunidad.
De la nada lo convirtió en el liberador de su pueblo, lo vistió de autoridad, le concedió grandes privilegios.
2. Cuando no le damos la gloria a Dios.
Este pasaje nos traslada más o menos treinta años después que el pueblo de Israel había pasado el mar Rojo; Moisés había visto la mano de Dios todo ese tiempo, su posición de liderazgo delante del pueblo era indiscutible.
Muchos problemas habían sido ya superados; sin embargo, el pueblo se vuelve a rebelar y murmuran por la falta de agua. Curiosamente Moisés no actúa como en otras ocasiones, y parece ser por su actitud, que se siente ofendido; sintió como si su liderazgo estaba en juego. Quizá pensó: "Todo lo que he hecho por este pueblo, y así me corresponden".
En otro tiempo Moisés venía e intercedía, lloraba delante de Dios por este pueblo, y lo hacía con un corazón de siervo. Pero por un momento se le olvidó que la gloria le pertenece sólo a Dios; se le olvidó aquella historia del niño que fué rescatado de las aguas de un río llamado Nilo.
Esto viene repitiéndose una y otra vez en la vida de muchos, ya cuando el Señor les está usando en alguna área, se sienten grandes; se olvidan de dónde Dios los ha sacado, y si Él les está permitiendo servirle, es por su gracia y misericordia.
El servicio al Señor, no debe ser jamás para darse a conocer, para demostrar que somos algo. El servicio al Señor debe ser por amor y gratitud a Él, y con el deseo de ser de bendición para otros.
Si bien cuando le servimos al Señor debemos poner lo mejor de nosotros, pues nuestro Dios merece lo mejor; no debemos servir por competencia, ni por vanagloria, pues Dios no recibe tal servicio.
3. Dios castiga la altivez.
Ante el problema que surge, Moisés y Aarón recurren a Dios, y Él les habla, y les dice qué hacer: “Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos, y darás a beber a la congregación y a sus bestias.” (v. 8)
Ellos reunieron a la gente, y les dijeron: “¡Oíd ahora, rebeldes!, ¿Os hemos de hacer salir agua de esta peña? (V10). Nótese que ellos estaban enfadados, en sus palabras se atribuyen la acción milagrosa a realizar: “¿Os hemos de hacer salir agua de esta Peña? Será que el motivo de su enfado era el hecho de que su liderazgo de más de treinta años estuviese siendo menoscabado por la rebelión del pueblo?
Algunas personas atribuyen el pecado de Moisés al hecho de haber gritado, otros dicen que su pecado fué el haber golpeado la Peña dos veces; sin embargo, el contexto de la escritura enseña que Dios es celoso y Él no comparte su gloria con nadie. (Hechos 12:23, 1 Corintios 10:31)
Conclusión.
Hermano, yo creo que lo que nuestro Señor dejó en su Palabra, para nuestra edificación fue escrito; han sido muchos los ministros de Dios, algunos con ministerios únicos, sorprendentes; pero tropezaron con su ego, se olvidaron que solo eran instrumentos, y El que hace la obra no es el hombre, si no El Dios Todopoderoso, y llega un momento donde el Señor dice: “Hasta aquí”. Por eso hermano, sin importar la manera que Dios te está usando, recuerda de dónde Él te ha sacado, y sírvele con gratitud, diligencia, amor y humildad.
Dios le bendiga,
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