Nunca os conocí.

Por Marco Marin Parra.
Basado en Mateo 7:21-29 RV60.

Mt 7:21-29:

21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.

25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;

27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.

28 Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina;

29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Aquí tenemos la conclusión de este largo y excelente sermón, cuyo objetivo es mostrar la indispensable necesidad de la obediencia a los mandatos de Jesús.

Cristo muestra, con una clara amonestación, que una profesión exterior de la religión, por muy notable que parezca no nos llevará al Cielo; a no ser que se corresponda con una conducta consecuente (V. 21-23).

El Señor establece la siguiente norma: No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los Cielos (V. 21). No sirve confesar a Cristo como Señor nuestro sólo de palabra y con la lengua, y dirigirnos a Él de una manera distinta y profesar seguirle de ese modo.

Podemos imaginar que eso es suficiente para llevarnos al cielo, o que quien demanda el corazón se va a contentar con mera manifestaciones sin realidad interior. Los cumplimientos entre los hombres son reglas de urbanidad, correspondidas igualmente con cumplimientos; pero no se consideran como verdaderos servicios (incluso existe un refrán que dice: cumplimiento es cumplo y miento).

¿Y vamos a pensar, que tales cumplimientos tengan algún valor para Cristo? Esto no nos debe impedir el invocar al Señor, y dar testimonio valiente de Él; sino, el quedarnos en la forma de piedad sin el poder (2 Ti 3:5).

Para nuestra felicidad, es necesario hacer la voluntad de Cristo, que es hacer la voluntad del Padre que está en los Cielos.

¿Y cuál es la voluntad del Padre?

Que creamos en Cristo, que nos arrepintamos del pecado, que vivamos una vida santa, que nos amemos unos a otros. En una palabra, Su voluntad, es nuestra santificación (1 Tes 4:3).

Decir y hacer son dos cosas distintas que muchas veces, no van juntas en la conducta humana: el que dijo: Sí, señor, voy, no movió un pie (Mt 21:30); pero Dios ha unido estas dos cosas en Su santo mandamiento: "no las separe el hombre".

La apelación del hipócrita contra el rigor de esta ley, al ofrecer otra cosa en lugar de la obediencia (V. 22).

Señor Señor, dice importunándole y tomándose gran confianza al dirigirse a Cristo con ese nombre: Señor, ¿no sabes que...

A) ...profetizamos en tu nombre? Sí, puede que sea verdad. Balaam y Caifás fueron también impulsados a profetizar; y Saúl se encontró contra su voluntad entre los profetas, pero esto no le salvó. Estos profetizaron en Su nombre, pero Él no les envió; hicieron uso de Su nombre, y eso fue todo.

B) ...en Tu Nombre echamos fuera demonios? También eso es posible. Judas echaba fuera demonios y, a pesar de eso, era hijo de perdición. Es posible que alguien eche demonios fuera de otros y, con todo, tenga dentro un demonio y hasta sea el mismo diablo.

C) ...que en Tu nombre hicimos muchos Milagros? Los dones de lenguas y de sanaciones pueden recomendar a una persona ante el mundo, pero es la genuina santidad, la que es aceptada por Dios. La gracia y el amor son un camino más excelente, que el trasladar montañas o hablar en lenguas humanas y angélicas (1 Co 13:1-2).

La gracia puede conducir al cielo a una persona sin que obre milagros, pero el hacer milagros nunca llevará al Cielo a una persona sin gracia. No tenía muchas buenas obras a las que apelar; no habían hecho obras de piedad ni amor, pues, una sola de ellas, les haría servido mejor que los muchos Milagros.

El don de hacer Milagros, como otros dones, han cesado ahora casi del todo, y ya no apelan a ellos hoy los hombres, pero ¿no se empeñan todavía los corazones carnales en buscar otros pretextos, igualmente débiles, con los que nutrir sus infundadas esperanzas?

Guardémonos de descansar en privilegios y realizaciones exteriores, no sea que nos engañemos a nosotros mismos. El rechazo, por frívola, de semejante apelación. El mismo que da la ley (V. 21) es ahora El Juez de acuerdo con dicha ley (V. 23): "Nunca os conocí y, por consiguiente, apartaos de mí, hacedores de iniquidad".

Obsérvase:

A) ¿Por qué, y sobre qué base les rechaza a ellos y a sus apelaciones? porque son hacedores de iniquidad. Es posible que una persona tenga un gran nombre como persona piadosa y, con todo, sea hacedora de iniquidad; tal persona recibirá una mayor condenación.

B) ¿Cómo lo expresa? Nunca os conocí. Eso insinúa que, si en algún tiempo les hubiese conocido, en la forma en que El Señor conoce los que son Suyos, le hubieran ellos pertenecido y les hubiera Él amado; les habría conocido y amado y les habría pertenecido hasta el fin. Pero nunca les conoció, porque siempre conoció que eran hipócritas.

Los que en el servicio de Cristo, no van más lejos de una profesión externa, no le son aceptos ni los reconocerá como Suyos en el gran día. ¡Véase desde qué ilusión tan alta pueden los hombres caer a una miseria tan profunda!

¿Cómo puede ir al infierno a través de las puertas mismas del cielo? En el tribunal de Dios, la profesión de religión no va a salvar a alguien que continúe en la práctica del pecado; por consiguiente, todo el que invoque el nombre de Cristo, debe apartarse de toda iniquidad.

Jesús muestra mediante una parábola, que el oír todas estas cosas no nos va a hacer dichosos, a no ser que pongamos empeño en ponerlas por obras; pero si las oímos y las ponemos por obra, seremos realmente dichosos (Jn 13:17).

Los oyentes de Jesús aparecen aquí divididos en dos grupos:

Unos que oyen y, no ponen por obra lo que oyen; hay algunos que oyen La palabra de Cristo y, las ponen por obra.

¡Demos gracias a Dios de que hay tales personas, aunque sean relativamente pocas! Oír a Cristo no consiste meramente en prestarle oídos, sino, en obedecerle de corazón. Ya es un favor el oír Sus palabras: Bienaventurados esos oídos (Mt 13:16,17).

Pero, si no practicamos lo que oímos, estamos recibiendo la gracia de Dios en vano. Toda las palabras de Jesús, no solo las leyes que nos ha dado, sino, las verdades que nos ha revelado, las hemos de poner por obra.

No basta con oír las palabras de Cristo y entenderlas, oírlas y recordarlas, oírlas y hablar de ellas, repetirlas, discutirlas, etc; sino, que hemos de oírlas y hacerlas. "Haz esto y vivirás". Sólo los que oyen y hacen son dichosos (Lc 11:28; Jn 13:17) y de la familia de Cristo (Mt 12:50).

Hay otros que oyen La Palabra de Cristo y no las ponen por obra. La religión de estas personas se queda meramente en oír, y no pasa más adelante. Oyen La Palabra de Dios como gente que hubiese hecho justicia, pero no brota nada.

Los que oyen las palabras de Cristo y no las ponen por obra, es como si se sentasen a mitad del camino hacia el cielo, y eso no les va a conducir a su destino dichoso.

Estos dos grupos de oyentes y sus casos respectivos, quedan aquí representados en sus verdaderos caracteres bajo la comparación de los edificadores, uno de ellos era prudente, y edificó sobre roca; así que su casa resistió todos los embates. El otro era insensato y edificó sobre arena, así que su casa se derrumbó.

El objetivo de esta parábola es enseñarnos que, el único medio para asegurar una eternidad feliz es, oír y poner por obra las palabras del Señor Jesús; eso es asegurarse la buena parte, sentándose a los pies de Jesús, como María, para oír Su Palabra y someterse a ella.

¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!

Los detalles de esta parábola, nos enseñan varias buenas lecciones, que cada uno tenemos que edificar una casa, y que esa casa es nuestra esperanza para el cielo. Nuestra principal y constante preocupación debería ser, afianzar nuestro llamamiento y nuestra elección (2 Pe 1:10).

Hay muchos que nunca se preocupan de esto; nada tan lejos de sus pensamientos. Están edificando para este mundo, como si hubiesen de vivir aquí siempre, y no piensan en edificar el mundo venidero.

Todos los que profesan una religión preguntan de alguna manera: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Es decir, cómo ir al Cielo finalmente, y tener entretanto, una esperanza bien fundada para ello. Ha sido provista para nosotros una roca, sobre la que podemos edificar dicha casa, y que esa roca es Cristo. Él es nuestra esperanza (1 Ti 1:1).


Escuche el mensaje aquí.

Eso es Cristo en nosotros; debemos fundar nuestras esperanzas de gloria celestial, sobre la plenitud de de los méritos de Cristo para el perdón de nuestros pecados; el poder de Su Espíritu para la santificación personal, y la eficacia de su intercesión para el suministro de todo el bien que Él nos ha conseguido.

La Iglesia está edificada sobre La Roca, así lo está todo creyente. Él es La Fuente, estable e inamovible; bien podemos aventurarnos a colocar sobre ella todo cuanto somos y tenemos, y no quedaremos avergonzados de nuestra esperanza. Amén.

Gloria al Padre, Hijo y Su Santo Espíritu.

Tu amado hermano, con amor y temblor para vuestros corazones.
Bendiciones.
Hno: Marco Marin Parra.
Suecia – Lysekil.

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