La mirada divina.


Escuche el mensaje aquí.
Por Marco Marin Parra.
Basado en Juan 14:1-4


El capítulo comienza con una exhortación general de Cristo a sus discípulos: "No se turbe vuestro corazón". Podríamos decir: Nada te turbe, nada te espante. Jesús había anunciado Su partida inminente, ellos debían aún quedar en el mundo (V. 13:33).

El anuncio de la separación de Su Maestro, a quien querían tanto y habían seguido tan fielmente... que dejaba en su juicio sin consumar la obra prometida de la fundación del reino mesiánico... que los dejaba solos frente a sus enemigos terribles, les llenó de turbación y congoja: "No se turbe vuestro corazón".

Les dice Jesús: La razón de la serenidad que deben guardar en aquellos momentos, es la confianza en Dios y en Él: "Creéis en Dios, creed también en mí". De la misma manera que tenéis fe en Dios, debéis tenerla en mí, que Soy Su Legado y Su Cristo, que Soy Dios, como Él; y por lo mismo, aunque os deje en la apariencia, estaré con vosotros perpetuamente con mi auxilio divino.

Jesús se percató de la turbación que hacía preza en el corazón de los discípulos. Quizá se transparentaba en el rostro de ellos. De todos modos no podía pasar desapercibida a la mirada divina del Señor, quien conocía los más íntimos pensares, e intuía las heridas que sangran en el interior.

Es un gran consuelo para nosotros, el saber que El Señor conoce los más graves problemas de los Suyos en cualquier momento, en que la tribulación parece presta a inundarnos.


Aparte de lo dicho anteriormente, muchas otras cosas contribuían ahora a incrementar la congoja de los discípulos. Cristo acababa de declararles la malevolencia con que algunos de ellos le habían de tratar, y esto les acongojaba a todos.

Ahora El Señor les consuela; aunque un santo celo sobre nosotros mismos es de ayuda para mantenernos humildes y en vela; no debemos, sin embargo, permitir que nos acongoje hasta el punto de privarnos del santo gozo que es fruto del Espíritu Santo. También acababa de decirles, no solo que se marchaba de ellos, sino, que se iba entre una densa nube de padecimientos.

Cuando contemplamos al Señor crucificado, no podemos menos de lamentarnos amargamente, a pesar de que vemos el feliz resultado que Su muerte ha tenido; mucho más amarga tenía que ser para ellos dicha contemplación, ya que no tenían como tenemos nosotros, el privilegio de ver más allá de los sufrimientos de Cristo.

Si Cristo se va ahora de ellos, van a verse vergonzosamente decepcionados en cuanto a sus esperanzas de ver triunfante y glorioso a Su Maestro, y se hallarán abandonados y expuestos a la burla, y a la persecución de los enemigos de Cristo. Para contrarrestar esto, Jesús les dice: "No se turbe vuestro corazón".

Hay aquí tres palabras en las que es precioso cargar el énfasis:

I - TURBE:

El verbo griego indica en Aristófanes, la agitación de un mar embravecido. Como en otro tiempo, Jesús quiere llevar la calma al corazón de los discípulos, como la llevó a la barca agitada por las olas en el mar de Galilea. Notemos que no les dice: "Tratad de que vuestro corazón se haga insensible a la pena y al pesar", sino, "No permitáis que vuestro corazón sea turbado y agitado por el pesar".

II - CORAZÓN:

Al mencionar el centro de la actividad humana, El Señor quiere que mantengan el control de este centro; que guarden la serenidad de ánimo, aún cuando la carne débil tiemble (Mt 26:41; Mr 14:38). El corazón es el principal baluarte, pase lo que pase, es menester defender este bastión.

III - VUESTRO:

Como si dijese: Vosotros, que sois mis seguidores, mis discípulos, no habéis de turbaros, porque tenéis mayor conocimiento y estáis en mejores condiciones que los demás. Los creyentes hemos de aprender a conservarnos en paz interior cuando todo es inquietudes y confusión en nuestro rededor.

Les prescribió el remedio: "Creéis en Dios, creed también en mí". Como diciéndoles: Vosotros habéis creído y continuáis creyendo en Dios, en Sus perfecciones y en Su Providencia; por tanto, creed y continuad creyendo también en mí, que Soy El Mediador entre Dios y los hombres.

Al creer en Jesús como en El Mediador, nuestra fe en Dios se torna sumamente consoladora. Quienes tienen un resto concepto de Dios, no sentirán dificultades en creer en Cristo, ya que en Él se muestra "La benignidad de Dios nuestro Salvador y Su amor para con los hombres" (Tit 3:4).

Creer en Dios mediante la fe en Jesucristo, es un excelente medio para conservar en paz el corazón; porque el gozo de la fe, es el mejor remedio contra los pesares del sentido. Cristo imparte una instrucción particular, a fin de que la fe de los discípulos se haga efectiva sobre la base de la promesa de vida eterna (V. 2-3).

¿Para qué hemos de creer en Dios y en Cristo?... Para descansar en la confianza segura de una feliz eternidad en las mansiones celestiales. Los fieles de todos los tiempos han cobrado ánimo al mirar hacia arriba (Col 3:1-3), en medio de las más terribles pruebas de esta vida.

Hemos de creer y considerar, que existe esa felicidad: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas". Notemos que dice: "moradas", no tiendas de campaña, como en la peregrinación por esta vida (2 Pe 1:14).

Estas moradas están "en la casa del Padre". Es una casa familiar, pero en la que cada miembro de la familia tendrá su apartamento individual; puesto que nuestra personalidad no se diluirá en la más íntima y estrecha comunión con El Señor y con todos los santos. No habrá que pagar renta ni tributo, es un regalo del Padre; un regalo a perpetuidad, pues nuestra herencia es incorruptible, incontaminada, inmarcesible y reservada (1 Pe 1:14).

Nuestros nombres están ya escritos allí (Lc 10:20).

Aquí estamos pasando una mala noche, en una mala posada; pero allí será eterno (Ap 21:15) en una regia morada. Las moradas son muchas, porque son muchos los hijos que son llevados a la gloria (He 2:10).

La seguridad que tenemos de la realidad de esa felicidad eterna: "Si no, ya os lo hubiera dicho". La seguridad está basada en la veracidad de Su Palabra, y en la sinceridad de su afecto a los discípulos. No sólo es veraz de modo que no puede engañar en lo que dice, sino también, amoroso, de modo y manera era, que no puede sufrir el que nosotros nos llamemos a engaño.

El efecto que nos tiene es demasiado grande, como para que nuestra esperanza pueda verse frustrada (Ro 5:5). Hemos de creer igualmente y considerar que, por consiguiente, vendrá de cierto otra vez para recogernos: "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros".

Ese es Su designio al marcharse al cielo: prepararnos un lugar, y tomar posesión de él en nuestro lugar (Ef 2:6); ser allí nuestro Abogado para asegurarnos la posesión del título de propiedad; hacer todas las provisiones necesarias y convenientes para que nuestra futura morada sea del todo cómoda y estupenda.

La habitación feliz en los cielos, será proporcionada la condición feliz de los inmortales hijos de Dios. Puesto que el elemento principal de la bienaventuranza eterna es la presencia de Cristo y la comunión íntima, sin velos ni estorbos con Él. Menester es que Él marche primero allá, pues donde Él esté, estará El Paraíso (Lc 23:43).

El cielo no sería morada conveniente para el Cristiano, si no estuviese ya Cristo allí. Ese es también nuestro gran Consuelo: "Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis".

Verdaderamente, estas palabras están llenas de Consuelo para nosotros, puesto que por ellas sabemos que El Señor Jesucristo vendrá otra vez, Él lo asegura.

Cuando nosotros estamos dispuestos a ir a algún lugar al que se nos llama, solemos decir: "Ya voy", a pesar de que todavía no nos hemos puesto en marcha. También Cristo es "El que viene" (Ap 1:7), porque "viene pronto" (Ap 22:12, 20), que vendrá pronto a recoger a sus fieles seguidores.

La Segunda Venida de Cristo tiene por objeto:

Nuestro arrebatamiento juntamente con ellos, (los que hayan muerto y resucitado "primero" en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4:17).

Que donde Él está, allí estaremos nosotros también. Esto nos da a conocer, que la quitaesencia de la felicidad celestial es estar con Cristo allí. Cristo dice: "donde yo estoy". Es cierto que, en cuanto Dios, Jesús está, y siempre lo estuvo, en el cielo (Jn 3:13); pero aquí habla como hombre, y habla en presente porque de tal manera está ya para salir de este Mundo, que ya se considera fuera de él (Jn 17:11).

Equivale a decir: Donde yo estaré en breve y para siempre, allí estaréis también en breve vosotros y para siempre; no sólo como espectadores de la Gloria celestial, sino, como partícipes de ella.

Va a preparar lugar para nosotros. Si Él nos prepara y decora las moradas, no van a quedar vacías; también nos preparará a nosotros para que, a su debido tiempo tomemos posesión de ella (1 P 1:4-5). Amén.

Tu hermano en Cristo,
Marco Marin Parra.
Bendiciones.
Suecia – Lysekil.
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