Por Guillermo A. Morataya.
Un mensaje basabado en el asaje bíblico de Salmos 73:15
Dios le bendiga.
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Un mensaje basabado en el asaje bíblico de Salmos 73:15
- "Si dijera yo: Hablaré como ellos,
He aquí, a la generación de tus hijos engañaría."
Reflexión: La gran responsabilidad que todo siervo de Dios tiene ante El Señor por su testimonio ante los demás.
Vivimos una época en la cual son comunes los escándalos causados por los siervos de Dios a causa de su testimonio. Son muchos los ministros que, en abierta desobediencia a La Palabra de Dios, abandonan a la mujer de su juventud para iniciar una nueva relación con otra mujer más joven o más atractiva; qué decir de aquellos que llegan a enceguecerse cuando tienen acceso a cantidades grandes de dinero, y la ambición los aparta del propósito que Dios tenía para sus vidas, o aquellos a los cuales el poder los arruina y se endiosan, olvidando de dónde Dios los ha sacado y que Dios no comparte su gloria con nadie; o aquellos que simplemente se descuidan, de tal manera, que son arrastrados por sus pasiones pecaminosas.
Sin embargo, La Palabra del Señor es clara cuando advierte: "Porque todo aquel a quien se le haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá" (Lucas 12:48). Y hoy quisiera que meditáramos un poco en la influencia que nuestro testimonio tiene sobre aquellos a quien servimos, por lo cual también un día El Señor nos pedirá cuentas.
1. El privilegio de Asaf.
El salmo número setenta y tres fue escrito por un hombre llamado Asaf, quien gozaba de un privilegio muy grande de parte de Dios delante del pueblo de Israel; era considerado vidente (2 Crónicas 29:30), junto con David es mencionado como uno de los cantores de su pueblo. Se le atribuyen doce salmos; en fin fue un hombre cuyo ministerio fue reconocido grandemente delante de Dios y delante del pueblo al cual servía.
2. Las personas a las cuales sirvo: Una razón más para no pecar.
Uno de los privilegios más hermosos, después de saber que Dios se acordó de nuestras vidas y nos incluyó dentro de sus planes eternos; es el privilegio de sentirse útil en las manos de Dios; sin embargo, este privilegio, conlleva la responsabilidad que pesa sobre nosotros por aquellos a quienes servimos.
Dios permita que este pensamiento mueva a preservarse en integridad a muchos ministros y servidores; pero si a un así, alguien se empecina en su pecado, y piensa que aun puede mantener la imagen de ministro, yo le digo: Dios es real (aunque usted ya no lo crea así), y un día sacará a luz su pecado para vergüenza.
Vivimos una época en la cual son comunes los escándalos causados por los siervos de Dios a causa de su testimonio. Son muchos los ministros que, en abierta desobediencia a La Palabra de Dios, abandonan a la mujer de su juventud para iniciar una nueva relación con otra mujer más joven o más atractiva; qué decir de aquellos que llegan a enceguecerse cuando tienen acceso a cantidades grandes de dinero, y la ambición los aparta del propósito que Dios tenía para sus vidas, o aquellos a los cuales el poder los arruina y se endiosan, olvidando de dónde Dios los ha sacado y que Dios no comparte su gloria con nadie; o aquellos que simplemente se descuidan, de tal manera, que son arrastrados por sus pasiones pecaminosas.
Sin embargo, La Palabra del Señor es clara cuando advierte: "Porque todo aquel a quien se le haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá" (Lucas 12:48). Y hoy quisiera que meditáramos un poco en la influencia que nuestro testimonio tiene sobre aquellos a quien servimos, por lo cual también un día El Señor nos pedirá cuentas.
1. El privilegio de Asaf.
El salmo número setenta y tres fue escrito por un hombre llamado Asaf, quien gozaba de un privilegio muy grande de parte de Dios delante del pueblo de Israel; era considerado vidente (2 Crónicas 29:30), junto con David es mencionado como uno de los cantores de su pueblo. Se le atribuyen doce salmos; en fin fue un hombre cuyo ministerio fue reconocido grandemente delante de Dios y delante del pueblo al cual servía.
2. Las personas a las cuales sirvo: Una razón más para no pecar.
Con todo y sus privilegios, Asaf al igual que todo hombre de Dios fue tentando, tuvo momentos de luchas en los cuales enfrentó la pobreza, la enfermedad y más aún, el pelear con el contraste que hay entre la prosperidad material de los impíos, contra los sufrimientos que muchas veces los que amamos a Dios atravesamos. El pasó momentos donde Dios parecía tan distante; sin embargo, al examinar este Salmo podemos ver que una de las razones que mantuvieron en pie a este hombre, fue el considerar el daño que él haría a aquellos a los cuales servia si el actuaba como los impíos.
“Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí a la generación de Tus hijos engañaría.”
Si tan sólo aquellos que servimos a otros, pensáramos en estos a quien servimos, que pertenecen al Señor, y que serán dañados si nosotros no nos preservamos en integridad, no los engañaríamos haciéndoles creer que todo aquello que Dios nos dio, y que les ministramos a ellos es una farsa; pues al vernos a nosotros abrazar el pecado, les cerraríamos las puertas, y les impulsaríamos a ellos a actuar de la misma manera que nosotros.
Quizás algunos dirán: "La mirada debe estar puesta en Él Señor y no en nosotros”, pero es que a quien Dios ha puesto ante ese pueblo y a quienes ese pueblo ve, es a su ministro.
Debemos agradecer la confianza que Dios nos ha otorgado, que después de no ser nadie, Dios nos ha hecho ministradores de sus bendiciones, y vivir de acuerdo a nuestro llamamiento, y ver con amor y respeto a aquellos que Dios nos permite servir, y esforzarnos en la gracia, luchar por mantener nuestra integridad no solo por gratitud a Aquel que nos dió vida (que es más que suficiente razón), sino también, por amor a aquellos a quien servimos; no sea que en aquel día El Señor nos demande el hecho de haber sido de tropiezo a uno de sus pequeñitos.
Conclusión.
“Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí a la generación de Tus hijos engañaría.”
Si tan sólo aquellos que servimos a otros, pensáramos en estos a quien servimos, que pertenecen al Señor, y que serán dañados si nosotros no nos preservamos en integridad, no los engañaríamos haciéndoles creer que todo aquello que Dios nos dio, y que les ministramos a ellos es una farsa; pues al vernos a nosotros abrazar el pecado, les cerraríamos las puertas, y les impulsaríamos a ellos a actuar de la misma manera que nosotros.
Quizás algunos dirán: "La mirada debe estar puesta en Él Señor y no en nosotros”, pero es que a quien Dios ha puesto ante ese pueblo y a quienes ese pueblo ve, es a su ministro.
Debemos agradecer la confianza que Dios nos ha otorgado, que después de no ser nadie, Dios nos ha hecho ministradores de sus bendiciones, y vivir de acuerdo a nuestro llamamiento, y ver con amor y respeto a aquellos que Dios nos permite servir, y esforzarnos en la gracia, luchar por mantener nuestra integridad no solo por gratitud a Aquel que nos dió vida (que es más que suficiente razón), sino también, por amor a aquellos a quien servimos; no sea que en aquel día El Señor nos demande el hecho de haber sido de tropiezo a uno de sus pequeñitos.
Conclusión.
Uno de los privilegios más hermosos, después de saber que Dios se acordó de nuestras vidas y nos incluyó dentro de sus planes eternos; es el privilegio de sentirse útil en las manos de Dios; sin embargo, este privilegio, conlleva la responsabilidad que pesa sobre nosotros por aquellos a quienes servimos.
Dios permita que este pensamiento mueva a preservarse en integridad a muchos ministros y servidores; pero si a un así, alguien se empecina en su pecado, y piensa que aun puede mantener la imagen de ministro, yo le digo: Dios es real (aunque usted ya no lo crea así), y un día sacará a luz su pecado para vergüenza.
Dios le bendiga.
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