Basado en Mateo 3.7-12.
Mt 3.7-12 RV60: 7 Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. 10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. 11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará. |
Ahora tenemos el lado práctico de dicha enseñanza: La aplicación, es la vida de la predicación; así lo era en la predicación de Juan.
¿A quiénes la aplicaba?
A los fariseos y saduceos que acudían a su bautismo (V. 7).
Los fariseos eran sellos de las ceremonias y de las tradiciones de los ancianos; los saduceos se iban al otro extremo, pues, eran poco más que deístas, ya que negaban la existencia de los espíritus y la vida de ultratumba.
Nótese que las aplicaciones eran muy sencillas y concretas, bien dirigidas a la conciencia de cada uno. Juan habla como quien ha venido, no a predicar ante ellos, sino a predicarles a ellos. No se avergüenza al aparecer en público, ni se atemoriza ante el rostro de los hombres.
Sus primeras palabras son de alerta y de convicción, sin paliativos. Comienza ásperamente; no les llama rabí, no les da títulos, mucho menos aplausos a lo que tan acostumbrados estaban.
El título que les da es: ¡Generaciones de víboras! Cristo les dio el mismo título (Mt. 12:34; 23:33). Eran generación y descendencia de quienes habían tenido el mismo espíritu; de modo que había en ellos una disposición congénita. Y eran toda una generación de víboras, porque todos ellos eran igual, aunque fuesen enemigos unos de otros, todos se coligaban para el mal.
Es cosa muy apropiada el que los ministros de Cristo, tengan la osadía de mostrar a los pecadores su verdadero estado.
El toque de alarma que les da: ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Esto demuestra que todos ellos estaban en peligro de caer bajo la ira de Dios; era casi un milagro esperar de ellos algún buen efecto. Como si les dijera: ¿Qué os trae acá? ¿Quién podía pensar en veros aquí? ¿Quién os ha asustado de tal forma que venís en busca del reino de los cielos? Hay, pues, una ira que está llegando.
La preocupación primordial de cada uno de nosotros debe ser, huir de esa ira. Es una maravillosa misericordia, el que se nos advierta tan amorosamente a que huyamos de esa ira.
Pensemos bien: ¿Quién nos da este aviso? Nos avisa el mismo Dios que no se deleita en nuestra ruina. Tales advertencias asustan a veces a quienes parecen haber permanecido mucho tiempo endurecidos en su falsa seguridad, y en la buena opinión que tenían de sí mismos.
Hay también una palabra de exhortación e instrucción: "Haced frutos dignos de arrepentimiento" (V. 8); es decir, que muestren un sincero arrepentimiento. Dice: "Haced, pues...", dando a entender que, si profesan estar arrepentidos y quieren recibir el bautismo de arrepentimiento, han de mostrar evidencias de que ello es una realidad en su corazón; porque el arrepentimiento, como la fe, se concibe en el corazón. Allí ha de estar la raíz, pero en vano podemos pretender que poseemos una buena raíz, si no damos los frutos correspondientes.
Por eso no merecen el nombre ni el privilegio de penitentes, los que dicen que sienten pesar por sus pecados y, sin embargo continúan cometiéndolos. La fe y el arrepentimiento no son actos pasajeros, sino, actitudes habituales de la persona. Una práctica contraria evidencia la falta de ellos.
Sigue una palabra de precaución, para que no confíen en sus privilegios externos: No penséis que basta con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham (V. 9). Siempre que el pecado se enfrenta con La Palabra de Dios, antes de que el Espíritu Santo le humille convenciéndolo de pecado, tiende a escudarse tras pretextos y excusas.
Cualquiera que al escuchar el mensaje del Evangelio, no se decide resueltamente a dejar el pecado y vivir una vida santa, es porque abriga objeciones o falsas excusas con las que cubre su apego al pecado y su falta de decisión.
El enemigo de las almas cobra muchas victorias, al engañar a los hombres con la idea falsa de que la santidad está reñida con la felicidad, y que el seguimiento de Cristo es un camino penoso y triste. Pero Dios ve lo que pensamos en nuestro interior, y Su Palabra nos descubre con el poder de Su Espíritu la vanidad de nuestros pensamientos.
Así, Juan les muestra a los Fariseos y Saduceos cuál es su falsa pretensión: "Nosotros somos hijos de Abraham (Jn 8:33, 39); no somos pecadores como los gentiles; ¿a qué nos viene eso a nosotros?".
Es muy corriente aplicar el mensaje al vecino, como si quisiésemos justificarnos con los pecados ajenos. A los tales, Juan les advierte: No penséis que, por ser descendientes de Abraham no necesitáis arrepentiros, como si no tuvierais que cambiar vuestra mentalidad ni vuestra conducta. No os va a pasar nada malo, aunque no os arrepintáis.
Es una vana presunción creer que, al tener buenos parientes vamos a estar a salvo aunque nosotros mismos no seamos buenos. ¿De qué nos va a servir eso si no nos arrepentimos y llevamos una vida consecuente? Hay muchos que, por desgracia, apoyándose en prácticas exteriores y en su asídua asistencia a los cultos, quedan fuera del reino de Dios, por falta de disposición interior.
¡Cuán insensatez y sin fundamento era dicha pretensión!
Pensaban que, al ser linaje de Abraham, eran la única gente que tenía Dios en este mundo. Juan les muestra la necedad de tal pretensión: "Yo os digo (contra lo que vosotros podáis decir o pensar en vuestro interior) que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras."
Estaba entonces Juan bautizando en el Jordán, en Betábara (Jn 1:28), que significa: la casa del paso; porque por allí habían pasado los israelitas el Jordán en tiempos de Josué, y allí estaban las doce piedras, una por cada tribu que Josué había dejado como memorial (Jos 4:20).
Es probable que Juan apuntase a esas piedras, de las que Dios podía levantar, no solo en representación, sino en realidad, las doce tribus de Israel. Dios no tiene acepción de personas y, por otra parte, es suficientemente poderoso para convertir en hijos Suyos a los hombres de corazón más empedernido.
Mira que yo vengo pronto (Ap 22:7, 12, 20).
Quizás esta era la última oportunidad; por tanto, ahora o nunca, si no ponéis en regla vuestra situación actual ¡cuán sombría va a ser vuestra suerte futura! Con el hacha puesta a la raíz, todo árbol que no produce buen fruto, por alto que sea en dones y honores, por muy verde que aparezca en vitalidad natural y en prácticas exteriores, va a ser cortado; desechado de la viña de Dios como indigno de ocupar en ella un lugar, y arrojado al fuego por la ira de Dios como es apropiado para los arboles estériles y, además, corrompidos. ¿Para qué otra cosa son útiles? Lo que no sirve para el fruto, ha de servir para el fuego.
La dignidad y la preeminencia de Cristo sobre Juan.
Con cuánta humildad habla de sí mismo para mejor engrandecer a Cristo: "Yo a la verdad os bautizo en agua; es lo más que puedo hacer, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo" (V. 11). Juan a la verdad era grande a los ojos de Dios (más que ningún otro nacido de mujer); sin embargo, se tiene a sí mismo por indigno (Lit. No cualificado, no idóneo) del servicio más bajo que un esclavo podía prestar a su amo: Llevarle las sandalias. Nadie mejor que los santos pueden percatarse de la propia indignidad.
Así, Juan está bien percatado de:
a) Cuán poderoso es Cristo en comparación con él. Para los ministros fieles de Dios, es un consuelo saber que Cristo es más poderoso que ellos; pues así, se puede manifestar la fuerza del Señor a través de la debilidad de ellos (2 Co 12:9-10).
b) Cuán poca cosa es él en comparación de Cristo, ya que se siente índigno aun de llevarle las sandalias. Aquellos a quienes Dios honra con Su gracia y con Sus dones, también son preparados para sentirse pequeños a sus propios ojos, de modo que Cristo lo sea todo.
El propósito y la intención de la aparición de Cristo, a quien ellos esperaban con tanto anhelo.
Cristo va a venir para hacer notable distinción. Mediante la ponderosa eficacia de Su gracia: Él os bautizará a algunos de vosotros en Espíritu Santo y Fuego.
Es prerrogativa de Cristo el bautizar con el Espíritu Santo.
Esto lo hizo con los extraordinarios dones que confirió a los apóstoles, y lo hace también con las gracias, dones y consuelos que imparte a cuantos se lo imploran.
Quienes son bautizados en (o con) el Espíritu Santo, son bautizados con fuego.
¿Es iluminador de fuego? Así es el Espíritu Santo, un Espíritu de iluminación.
¿Calienta el fuego?
¿Y no consume el Espíritu de juicio la escoria de nuestras corrupciones?
¿No tiende el fuego a subir hacia arriba, y a hacer las cosas que alcanza semejantes a Él?
Así también, el Espíritu hace al alma semejante a Él, y su tendencia es hacia el cielo. Por las finales diferenciaciones de su juicio: Su aventador está en su mano (V. 12).
Ahora se presenta como refinador, Su era es Su Iglesia. El templo fue edificado sobre una era; en el suelo de esta era hay mezcla de trigo y paja. Los verdaderos creyentes son como el trigo, los falsos profesantes son como la paja; ambos están ahora mezclados, buenos y malos en una misma profesión de fe.
Pero llegará el día en que Cristo limpiará con esmero Su era, y el trigo quedará separado de la paja; recogerá el trigo en el granero, y quemará la paja en fuego inextinguible.
El cielo es el granero en que Cristo recogerá a los Suyos, sin que se le pierda un solo grano; y allí no habrá paja entre ellos. La paja será quemada en el fuego inextinguible, que es el infierno o lago de fuego que arde con azufre (Ap 19:20; 20:10, 14, 15; 21:8).
Como todos los profetas, Juan vio el futuro en un solo plano, sin la perspectiva de los distintos niveles de cumplimiento; a la manera como se dibujaban los cuadros en la antigüedad: En superposición de planos.
Así entendió la profecía de Isaías 61:1-3, en un solo plano; sin distinguir la proclamación de año de la buena voluntad de Jehová, del día de la venganza de nuestro Dios; con el intervalo de miles de años entre los dos eventos.
La Primera Venida del Señor en estado de humillación, y la Segunda Venida con poder. De ahí la especie de decepción que Juan sufrió ya en la cárcel, cuando vio que Jesús se mostraba compasivo con los pecadores; pero no aplicaba el hacha, ni esgrimía el aventador. Amén.
Gracias Dios Padre Todopoderoso, Señor de los humildes; Espíritu Santo guiador con autoridad y poder.
Bendiciones
Tu hermano,
Marco Marin Parra.
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