La voluntad de Dios.

Por Marco Marin Parra.
Basado en Daniel 3.16-19.

«16 Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto.

17 He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.

18 Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.

19 Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y se demudó el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego, y ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado.»
Hacer la voluntad de Dios, puede requerir caminar directamente de cara al horno ardiente, calentado siete veces más.

Al leer esta palabra, consideremos a los tres jóvenes hebreos: Sadrac (Ananías), Mesac (Misael) y Abed-nego (Azarías) en Daniel 2:17; eran hombres jóvenes, en la flor de su vida. Líderes de provincias, teniendo autoridad, expertos en lingüística. Su meta era llevar las leyes hebreas de moralidad a su sociedad impía.

¿Cuáles deben ser las metas nuestras como Ministros de Dios?: Llevar la santidad a este mundo desviado a sus propios deseos de inmoralidad, la nueva babilonia.

No se puede contar qué sueños, y sus anhelos de ver "la gloria de Dios" en su pueblo; abrazar la voluntad de Dios estaba presente en sus corazones. Pero, fueron mandados por un decreto a adorar un ídolo, una estatua con el resto del pueblo. Ellos fueron advertidos: 'Ustedes tienen veinticuatro horas, si no se postran al sonido de la trompeta, serán echados en el horno que ha sido calentado siete veces más'.

La voluntad de Dios estaba muy clara y definida entre ellos. No era posible que se postraran delante de dioses, la idolatría no estaba en sus corazones. Pero, allí estaban los tres jóvenes brillantes, enfrentado a la muerte de todo lo que tenían y conocían. Por supuesto que tenían opciones, ellos podrían haber dicho: Postrémonos solo nuestros cuerpos, pero no nuestros corazones. Incluso, pudieron escapar.

Ellos tenían guardias armados a sus órdenes, los mejores caballos árabes a su disposición. Tenían todo el dinero que necesitaban en sus manos, en la tesorería nacional; y habían lugares seguros en los países cercanos. Pero... Sadrac, Mesac y Aled-nego no hicieron ninguna de estas cosas.

Al contrario, creo que hicieron vigilia de oración; no hubo una sola palabra de compromiso esa noche, porque todos hicieron lo que Jesús hizo (Lucas 22:39-46). ¡Tuvieron su Getsemaní! Si nosotros hemos de ser como Cristo, también tendremos nuestro Getsemaní, cuando seamos enfrentados a movernos a la perfecta voluntad de Dios.

Murieron a su propia voluntad, a todas sus habilidades, a su futuro en el gobierno, a todos sus planes piadosos. Y en el momento en que murieron esa noche, sus corazones fueron llenos de "éxtasis".

Abrazaron la voluntad de Dios, amándola. Nunca la soltaron. Ellos dijeron: "Oh Dios... enfrentaremos lo que sea. Tu eres capaz de librarnos de esto. Pero... aunque no lo hagas, ¡con gusto pasaremos por ello!". Ellos no resistieron cuando los soldados vinieron a la mañana siguiente y los ataron de manos y pies. Mas bien, yo creo que mientras esos jóvenes eran llevados al horno, cantaron alabanzas a Dios, porque habían entrado al "éxtasis" de Su voluntad.

Amado, ¡deténte! y mira las llamas ardientes y rojas de ese horno, calentado siete veces más. Así es exactamente como se ve cuando miras atentamente a la voluntad de Dios. Es miedoso, espantoso y doloroso para la carne; sin ninguna promesa de plazo, solo hay una invitación: "¡entra!". Sí, tenemos que entrar, amén. Sin embargo, cuando esos tres hombres hebreos fueron echados en el horno, ya ellos estaban muertos.

Muertos a la ambición, muertos al gozo de escuchar los mensajes proféticos que Daniel había compartido. Muertos a cualquier pensamiento de esposa e hijos, muertos a toda esperanza y sueños. Solo una cosa les importaba: Obedecer la perfecta voluntad de Dios.

Cuando abrazamos gustosamente la voluntad de Dios, cuando realmente has muerto al yo, al mí, algo es librado en tu corazón que nadie puede explicar o darte; te pone más allá del alcance de los hombres y los demonios, amén. Pero no es soltado hasta que entras al horno. La invitación está hecha, sólo entra y entenderás lo que se siente, amén.

Que Dios bendiga toda vida que lea, y medite en lo que es Su Palabra verdadera. Gracias bendito Dios, por hablar a mi corazón, y poder ser el instrumento para todas las vidas que hoy te necesitan. Amén.

Bendiciones.

Tu amado hermano,
Marco Marin Parra.
Suecia – Lysekil.

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