Estar llamado por Dios a exponer su palabra ante los fieles es una responsabilidad sumamente seria. Interpretar mal el texto bíblico es como servirles leche agria, o hasta agua en vez de leche. En el mejor de los casos, las malas interpretaciones bíblicas terminan confundiendo a los creyentes. Muchas veces se manipula las escrituras, a lo mejor inconscientemente, para dar autoridad divina a conceptos dudosos o a prejuicios sociales de toda clase. Interpretar mal las escrituras no es asunto de un simple error humano, sino de hacer daño al pueblo de Dios.
Hace poco escuché una larga entrevista con un conocido predicador y conferenciante. La agenda de la conversación, aparentemente propuesta por el entrevistado, tuvo una amplitud impresionante: creación y evolución, ciencia y fe, vida extraterrestre (si recuerdo bien), el aborto, la homosexualidad, las setenta semanas de Daniel 9, la gran tribulación y las señales del fin del mundo. Para cada pregunta el predicador tenía un versículo (casi nunca dos o tres textos, mucho menos pasajes enteros). Para cada tema, sacaba del versículo escogido una conclusión simplista y dogmática, en defensa de la opinión que él favorecía. El hermano respondía sin sombra de duda en cuanto a sus propias interpretaciones, y parecía asumir que los lectores tampoco tendrían cuestionamientos al respecto.
Probablemente algunas de las respuestas del predicador eran las correctas, pero en casi ningún caso era acertada su interpretación bíblica o su argumentación del tema. Quedé preguntándome por qué el hermano malentendía tanto los textos que manejaba, y por qué la mayoría de los radioescuchas sin duda ni cuenta se daban. Tenemos una tarea muy urgente de cultivar más discernimiento crítico tanto en los predicadores como en las congregaciones. Quiero aprovechar esta experiencia lamentable para compartir unas observaciones elementales sobre el empleo responsable de las escrituras.
El primer vicio que superar -- un vicio que siempre contamina la interpretación bíblica -- es el empleo de textos de prueba. Eso ocurre cuando quiero defender con autoridad bíblica alguna opinión mía, y busco algún versículo que me sirva para ese fin. Lo contrario, y lo correcto, es buscar captar la enseñanza bíblica en cuanto al tema, sea ella de acuerdo o no con mis preconceptos. Eso exige tomar en cuenta la variedad de perspectivas en las diferentes tradiciones bíblicas. A veces es legítimo destacar una sola de esas tradiciones referentes a determinado tema, pero indicando que existen otras perspetivas dentro de la Biblia.
En segundo lugar, cualquier texto debe interpretarse dentro del contexto del autor inspirado y no sólo ni primeramente en el contexto moderno nuestro. Para que una teología o una interpretación sea "bíblica" no sólo tiene que estar de acuerdo con la Biblia (y no anti-bíblica) sino también tiene que estar entendida, en lo posible, dentro de la manera bíblica de pensar. Al interpretar un texto, es necesario entrar en el pensamiento del autor, saber cuál tema o problema le preocupaba al escribir, cómo entendía el significado de los términos que empleaba (no cómo entendemos esos términos nosotros hoy), qué respuesta esperaba de sus lectores, etc.
En la entrevista que estamos comentando, casi todas las respuestas estaban fuera del contexto, no sólo por no tomar en consideración los versículos antes y después del texto, o detalles de la situación histórica del momento, sino por no hacer el esfuerzo de pensar bíblicamente, de entrar en la mentalidad del autor citado. Por ejemplo, sobre el tema del aborto el entrevistado citó Salmo 139:13, "me formaste en el vientre de mi madre", lo cual interpretó como una condena del aborto. Pero podemos estar seguros de que el Salmista no estaba pensando en el aborto sino en el plan divino para toda nuestra vida, dentro del género poético del texto y con cierto toque de hipérbole no necesariamente literal. De manera similar, los profetas fueron llamados por Dios desde antes de nacer. Si el intérprete quiere relacionar eso con el tema del aborto, eso es estrictamente inferencia suya y no debe presentarse como enseñanza bíblica.
Una sola observación más. El entrevistado propuso cada una de sus interpretaciones como la única posible, y cada vez, por casualidad, era la que más apoyaba su propia opinión. Lo mismo hacemos muchas veces con las diferentes traducciones bíblicas. Las comparamos, pero no para tratar de determinar cuál traducción es la más exacta y fiel al original sino cuál es "la más bonita" o cuál nos agrada más por apoyar mejor nuestras propias opiniones, con lo que hacemos al texto decir lo que nosotros queremos que diga. Lo mismo pasa con interpretaciones. Optamos por la que más nos agrada o más nos sirve, sin tomar en consideración muchas otras posibles interpretaciones del mismo texto que pueden ser más fieles al mensaje del pasaje.
La interpretación de cada texto en la susodicha entrevista fue siempre así de monolítica. Planteaba sus interpretaciones como la única posibilidad, sin la menor duda o cuestionamiento hermenéutica. Aquí debemos aplicar la exhortación de San Pablo, "examinadlo todo, retened lo bueno", incluso para las profecías (1 Tes 5:19-21) y mucho más para las interpretaciones bíblicas.
En otro escrito en este blog recomendé "el método del restaurante". Cuando voy a un restaurante, espero un menú amplio y variado, no una sola opción. Después analizo los pro y contra de cada alternativa: costilla de cerdo es mi favorito pero me crea problemas de colesterol; pollo es más saludable pero cené con pollo anoche; el pescado también es más saludable pero por el momento no me apetece, entonces quedan las pastas, y entre espagueti y lasaña, opto por ésta última. Entre todas las opciones del menú, tomando en cuenta las razones a favor y en contra de cada alternativa, escojo una, la pido y la como. Estudiar la Biblia es un proceso similar.
Muchos textos bíblicos, quizá la mayoría, se prestan para más de una interpretación. Algunos textos permiten muchas posibles interpretaciones, con sus respectivas razones a favor y en contra y a veces sin argumentos contundentes a favor de una sola. El jinete del caballo blanco (Ap 6:1-2) puede interpretarse, con seriedad exegética, de unas diez maneras diferentes, cada una, sin excepción, con sus razones y también sus problemas. El hecho es que los datos de esos dos versículos (caballo blanco, arco, corona, va venciendo) se prestan legítimamente para interpretaciones hasta contradictorias (guerra o paz, Cristo o anticristo). Lo responsable es considerar todas las posibilidades y todos los datos, optar por la que convence más, "comerla" y obedecerla como palabra de Dios y mensaje para nuestra vida.
La interpretación correcta de los textos no siempre queda totalmente evidente y segura. Me gusta "calificar" las interpretaciones por su grado de probable fidelidad al sentido del texto. En una escala de uno a diez, por ejemplo, puede calificar como un "diez" que el Cordero es Cristo, pero mi interpretación del caballo blanco (de la cual, dicho sea de paso, estoy muy convencido) puede ser un siete o un ocho en su grado de probabilidad. De algunos otros detalles, como los 144,000 que "no se han contaminado con mujeres" (Ap 14:4), el grado de probabilidad hermenéutica de la interpretación que prefiero no pasa de un tres o cuatro. Por supuesto, interpretaciones claramente erradas deben recibir un bien merecido cero.
Es importante observar que estas ambigüedades de interpretación se aplican mayormente a detalles y frases de los pasajes. En esos mismos pasajes, el mensaje, "lo que el Espíritu dice a las iglesias", es claro e imperativo.
Aprendamos de las fallas ajenas. Entre los errores del entrevistado, en el programa radial ya citado, fue el de tomar textos fuera del contexto, ajenos a la mentalidad bíblica del autor, y el de no cuestionar sus propias interpretaciones y no tomar en cuenta otras posibilidades exegéticas.
Por eso sus respuestas fueron a la vez tan simplistas y tan dogmáticas. Me dio lástima escuchar el programa, pero a la vez me desafió a interpretar la Palabra de Dios más responsablemente y a compartir estas reflexiones con ustedes.
Hace poco escuché una larga entrevista con un conocido predicador y conferenciante. La agenda de la conversación, aparentemente propuesta por el entrevistado, tuvo una amplitud impresionante: creación y evolución, ciencia y fe, vida extraterrestre (si recuerdo bien), el aborto, la homosexualidad, las setenta semanas de Daniel 9, la gran tribulación y las señales del fin del mundo. Para cada pregunta el predicador tenía un versículo (casi nunca dos o tres textos, mucho menos pasajes enteros). Para cada tema, sacaba del versículo escogido una conclusión simplista y dogmática, en defensa de la opinión que él favorecía. El hermano respondía sin sombra de duda en cuanto a sus propias interpretaciones, y parecía asumir que los lectores tampoco tendrían cuestionamientos al respecto.
Probablemente algunas de las respuestas del predicador eran las correctas, pero en casi ningún caso era acertada su interpretación bíblica o su argumentación del tema. Quedé preguntándome por qué el hermano malentendía tanto los textos que manejaba, y por qué la mayoría de los radioescuchas sin duda ni cuenta se daban. Tenemos una tarea muy urgente de cultivar más discernimiento crítico tanto en los predicadores como en las congregaciones. Quiero aprovechar esta experiencia lamentable para compartir unas observaciones elementales sobre el empleo responsable de las escrituras.
El primer vicio que superar -- un vicio que siempre contamina la interpretación bíblica -- es el empleo de textos de prueba. Eso ocurre cuando quiero defender con autoridad bíblica alguna opinión mía, y busco algún versículo que me sirva para ese fin. Lo contrario, y lo correcto, es buscar captar la enseñanza bíblica en cuanto al tema, sea ella de acuerdo o no con mis preconceptos. Eso exige tomar en cuenta la variedad de perspectivas en las diferentes tradiciones bíblicas. A veces es legítimo destacar una sola de esas tradiciones referentes a determinado tema, pero indicando que existen otras perspetivas dentro de la Biblia.
En segundo lugar, cualquier texto debe interpretarse dentro del contexto del autor inspirado y no sólo ni primeramente en el contexto moderno nuestro. Para que una teología o una interpretación sea "bíblica" no sólo tiene que estar de acuerdo con la Biblia (y no anti-bíblica) sino también tiene que estar entendida, en lo posible, dentro de la manera bíblica de pensar. Al interpretar un texto, es necesario entrar en el pensamiento del autor, saber cuál tema o problema le preocupaba al escribir, cómo entendía el significado de los términos que empleaba (no cómo entendemos esos términos nosotros hoy), qué respuesta esperaba de sus lectores, etc.
En la entrevista que estamos comentando, casi todas las respuestas estaban fuera del contexto, no sólo por no tomar en consideración los versículos antes y después del texto, o detalles de la situación histórica del momento, sino por no hacer el esfuerzo de pensar bíblicamente, de entrar en la mentalidad del autor citado. Por ejemplo, sobre el tema del aborto el entrevistado citó Salmo 139:13, "me formaste en el vientre de mi madre", lo cual interpretó como una condena del aborto. Pero podemos estar seguros de que el Salmista no estaba pensando en el aborto sino en el plan divino para toda nuestra vida, dentro del género poético del texto y con cierto toque de hipérbole no necesariamente literal. De manera similar, los profetas fueron llamados por Dios desde antes de nacer. Si el intérprete quiere relacionar eso con el tema del aborto, eso es estrictamente inferencia suya y no debe presentarse como enseñanza bíblica.
Una sola observación más. El entrevistado propuso cada una de sus interpretaciones como la única posible, y cada vez, por casualidad, era la que más apoyaba su propia opinión. Lo mismo hacemos muchas veces con las diferentes traducciones bíblicas. Las comparamos, pero no para tratar de determinar cuál traducción es la más exacta y fiel al original sino cuál es "la más bonita" o cuál nos agrada más por apoyar mejor nuestras propias opiniones, con lo que hacemos al texto decir lo que nosotros queremos que diga. Lo mismo pasa con interpretaciones. Optamos por la que más nos agrada o más nos sirve, sin tomar en consideración muchas otras posibles interpretaciones del mismo texto que pueden ser más fieles al mensaje del pasaje.
La interpretación de cada texto en la susodicha entrevista fue siempre así de monolítica. Planteaba sus interpretaciones como la única posibilidad, sin la menor duda o cuestionamiento hermenéutica. Aquí debemos aplicar la exhortación de San Pablo, "examinadlo todo, retened lo bueno", incluso para las profecías (1 Tes 5:19-21) y mucho más para las interpretaciones bíblicas.
En otro escrito en este blog recomendé "el método del restaurante". Cuando voy a un restaurante, espero un menú amplio y variado, no una sola opción. Después analizo los pro y contra de cada alternativa: costilla de cerdo es mi favorito pero me crea problemas de colesterol; pollo es más saludable pero cené con pollo anoche; el pescado también es más saludable pero por el momento no me apetece, entonces quedan las pastas, y entre espagueti y lasaña, opto por ésta última. Entre todas las opciones del menú, tomando en cuenta las razones a favor y en contra de cada alternativa, escojo una, la pido y la como. Estudiar la Biblia es un proceso similar.
Muchos textos bíblicos, quizá la mayoría, se prestan para más de una interpretación. Algunos textos permiten muchas posibles interpretaciones, con sus respectivas razones a favor y en contra y a veces sin argumentos contundentes a favor de una sola. El jinete del caballo blanco (Ap 6:1-2) puede interpretarse, con seriedad exegética, de unas diez maneras diferentes, cada una, sin excepción, con sus razones y también sus problemas. El hecho es que los datos de esos dos versículos (caballo blanco, arco, corona, va venciendo) se prestan legítimamente para interpretaciones hasta contradictorias (guerra o paz, Cristo o anticristo). Lo responsable es considerar todas las posibilidades y todos los datos, optar por la que convence más, "comerla" y obedecerla como palabra de Dios y mensaje para nuestra vida.
La interpretación correcta de los textos no siempre queda totalmente evidente y segura. Me gusta "calificar" las interpretaciones por su grado de probable fidelidad al sentido del texto. En una escala de uno a diez, por ejemplo, puede calificar como un "diez" que el Cordero es Cristo, pero mi interpretación del caballo blanco (de la cual, dicho sea de paso, estoy muy convencido) puede ser un siete o un ocho en su grado de probabilidad. De algunos otros detalles, como los 144,000 que "no se han contaminado con mujeres" (Ap 14:4), el grado de probabilidad hermenéutica de la interpretación que prefiero no pasa de un tres o cuatro. Por supuesto, interpretaciones claramente erradas deben recibir un bien merecido cero.
Es importante observar que estas ambigüedades de interpretación se aplican mayormente a detalles y frases de los pasajes. En esos mismos pasajes, el mensaje, "lo que el Espíritu dice a las iglesias", es claro e imperativo.
Aprendamos de las fallas ajenas. Entre los errores del entrevistado, en el programa radial ya citado, fue el de tomar textos fuera del contexto, ajenos a la mentalidad bíblica del autor, y el de no cuestionar sus propias interpretaciones y no tomar en cuenta otras posibilidades exegéticas.
Por eso sus respuestas fueron a la vez tan simplistas y tan dogmáticas. Me dio lástima escuchar el programa, pero a la vez me desafió a interpretar la Palabra de Dios más responsablemente y a compartir estas reflexiones con ustedes.
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